viernes, 26 de diciembre de 2014

Lo uno, lo bello y el bien - en you tube -

LO UNO, LO BELLO Y EL BIEN
 
De acuerdo con Platón, la designación más apropiada de la naturaleza del único Dios puede ser encontrada en el triángulo, cada uno de cuyos lados representa una cualidad de la trinidad: lo Uno, lo Bello y el Bien. Esta tríada no sólo oculta la total naturaleza plena y el propósito de la Divinidad, sino también los proceso mentales, espirituales y morales, por los cuales el individuo puede, conscientemente unirse con la Causa Primera - la Eterna Mónada del Universo.
Lo Uno, siendo el símbolo de la Causa, representa la unidad del origen, la indivisibilidad de los primeros principios y la síntesis perfecta que se halla detrás de la manifestación diversificada. Hay tres formas del poder de lo Uno. Puede considerarse como el primero de los números, así como el común divisor de todos ellos y como submúltiplo de todos los números, considerado como la unidad única. En el simple símbolo geométrico de los griegos, lo Uno es un punto, lo Bello el radio o línea que parte del punto, y el Bien la circunferencia del círculo, con lo Uno como centro y lo Bello como radio.
Así como lo Uno es la Causa, el Bien es el resultado o efecto. Todas las cosas aspiran al Bien y son perfectas cuando lo alcanzan. El propósito de lo Uno es crear el Bien.
En consecuencia, el universo es llamado el Bien, porque es la creación del Eterno Uno, el cual es incapaz de crear nada que esté en desarmonía con la perfección de Su propia naturaleza. En lo Uno y el Bien tenemos la Causa y el efecto, y en el mediador entre ellos - lo Bello - tenemos los medios por los cuales la Causa produce los efectos.
Belleza es una de las palabras más significativas que han sido formuladas, y sus ramificaciones incluyen todo proceso natural. La expresión de lo Uno es la belleza y lo que es producido por la belleza es el bien. La belleza es común a la naturalidad, simetría, ritmo, consistencia, gracia, proporción, conducta correcta, armonía y un gran número de condiciones o estados similares. La deformidad, el mínimo grado de belleza, es, simplemente, un ajuste defectuoso de los armónicos principios naturales. Una mente que 
no piensa bellamente no puede pensar lo verdadero, porque verdad y belleza son sinónimos en esencia. La verdad es la condición tal cual es en si, y todas las condiciones en si no pueden ser más que bellas.
Desconociendo las realidades de la vida, el hombre no puede apreciar la verdadera belleza. Sin embargo, no deja de tener cierto desarrollo innato el sentido estético de la raza, porque la mente del hombre, inconscientemente, responde al mágico encanto que reside en la simetría, gracia y  proporción. De aquí que todo pensamiento debiera conformarse a los dictados de la gracia mental. La mente que lucha por apresar una idea - aunque la obtenga - no es una mente completa; porque el fluir del pensamiento debe ser tan hermoso como el correr del agua, y las perspectivas de la mente deben ser tan bellas, armoniosas y rítmicas como las brumosas pinturas de Carot o los aguafuertes de Whistler.
La belleza y gracia del pensamiento es el resultado de la familiaridad con los elementos pensantes. Sólo la mente entrenada en los procesos intelectuales y superintelectuales puede trabajar con ese ritmo y belleza que hará que sus pensamientos no sólo sean bien recibidos, sino también hará que la nobleza intelectual del filósofo sea apreciada y buscada por todos los que lleguen a conocerlo. La belleza de pensamiento, hasta cierto grado, es el resultado de un temperamento incapaz de animosidad o descontento aun en lo más sutil de su modalidad.
Mentes como las de Poe, Nietzsche, Schopenhauer y Voltaire, fueron grandes pero no hermosas. Otros intelectos como los de Longfellow, Goethe, Emerson e Hipatia, en los cuales el fluir de los pensamientos era profundo, se caracterizaron por esa indescriptible 
gracia y dignidad que demuestran los intelectos verdaderamente iluminados.

Manly Palmer Hall – La Cultura de la Mente
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