sábado, 27 de diciembre de 2014

Conciliación de los opuestos - en you tube -

CONCILIACIÓN DE LOS OPUESTOS 
 
A través de la naturaleza nos vemos enfrentados con el principio de la dualidad.
Hablamos de bien y mal, arriba y abajo, adentro y afuera, luz y oscuridad, amor y odio, crecimiento y decadencia, y una enormidad de otras polaridades contrarias. Nosotros hemos creído siempre en la realidad de estas polaridades, siendo que, por el contrario, no tienen una existencia verdadera fuera de la ignorante mente individual. “Pero”, - el lector podrá protestar - “la vida seguramente existe, y la muerte también, porque yo he visto gente venir al mundo y he visto también a los que dejan el mundo”.
En la antigüedad había una escuela de filosofía célebre por su método de conciliación o transposición de los opuestos. La declaración: “Dios es el bien”, puede ser invertida y ser igualmente cierta, así: “El bien es Dios”. Con igual propiedad, podemos decir: “La vida es muerte”, y también: “La muerte es vida”.
El nacimiento físico representa una transición de lo divino al estado humano. Eso que nosotros eufemísticamente denominamos el comienzo de la vida es, realmente, el descenso del principio divino en una forma corpórea, en donde, durante la llamada vida, debe estar sujeto a restringidos límites de la forma. Aquí las facultades divinas encontrarán medios inadecuados de expresión y pasarán por el invariable ciclo de enfermedad, sufrimiento y muerte. Por lo tanto, desde el punto de vista puramente espiritual, el nacimiento físico es muerte espiritual, y, a la inversa, cuando el espíritu se libera del cuerpo - lo cual el hombre llama muerte - es, realmente, el renacimiento del espíritu, el retorno a su estado eterno.
Pero, el lector notará que los opuestos: “nacimiento y muerte”, aun subsisten después de la transposición. Sin embargo, esto tampoco es verdadero, porque el que vosotros llaméis al proceso muerte o vida no depende del proceso en si, sino más bien de la posición que se adopte con respecto al proceso.
Tomad, por ejemplo, los aspectos “bien” y “mal”. Entre estos dos pares de opuestos, en la parte media, hay  un punto neutral que puede ser llamado la condición tal como es realmente. Si nosotros estamos en armoniosa conexión con la cosa tal como es, llamamos a esto “bien”, porque disfrutamos las reacciones de la armonía. En cambio, si estamos en desarmonía con la cosa en si, lo llamamos “mal”, porque estamos sufriendo la experiencia engendrada por la falta de armonía. Independientemente de la manera como pueda ser  considerada por nosotros la cosa, su naturaleza esencial permanece siempre incambiable.
Algunas veces encontramos un individuo que está sufriendo por alguna imprudencia. Podrá decirnos, con ligereza, que ha roto una ley natural y está sufriendo el resultado de su transgresión. Pero, con sólo pensarlo un poco, la persona inteligente se convencerá que ningún individuo tiene jamás el poder o prerrogativa de romper una ley natural. En realidad, es la ley natural la que produce el impacto en el individuo cuando intenta cambiar la inevitable secuencia de sus reacciones.
Cada aspirante a la libertad mental debería realizar la ilusoria existencia del llamado bien y mal, ya que cada poder y fuerza de la naturaleza está cooperando, consecuentemente, para el ultérrimo logro de la perfección. El mal existe únicamente en el sentido de que no hubo un ajuste adecuado a esos poderes o fuerzas de la naturaleza, los cuales se convierten en agentes de destrucción (esto es: mal), cuando el individuo trata de emplearlos equivocadamente, y que asumen el aspecto benéfico (bien) sólo cuándo el individuo retoma la actitud correcta, o sea una manera normal o racional de vivir.
Manly Palmer Hall – La Cultura de la Mente
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