sábado, 27 de diciembre de 2014

Cómo pensar y qué pensar - en you tube -


CÓMO PENSAR Y QUÉ PENSAR
 
La palabra educación viene del latín educo, significando “extraer”, “educir”, “dar de si”. Quiere decir, entonces, que la más elevada forma de educación es aquella que más evoca, y por la cual el individuo se expresa al máximo, desarrollando su propia naturaleza.
El sistema educacional del mundo moderno, sin embargo, ha sido diseñado para suplir las necesidades de las masas y, en consecuencia, es injusto para el individuo, ya que no estimula el esfuerzo individual de cada intelecto. La teoría moderna de enseñanza está mayormente basada en el esfuerzo de instruir al estudiante en qué debe pensar más que en cómo aprender a pensar. 
Lo populoso de las escuelas modernas y la gran cantidad de alumnos que se reúnen en cada clase también crea dificultades, siendo casi imposible dedicar pensamiento y cuidado a las necesidades individuales de cada discípulo. La educación moderna es grandemente una cuestión de memoria, requiriendo, comparativamente, poco ejercitamiento del elemento del pensamiento original. Al niño se le enseña que esto y aquello es así, pero no el por qué. Como resultado llega a poseer un conocimiento razonable de las cosas como ellas son, pero, prácticamente no tiene ningún conocimiento porqué son así y su posible mejoramiento. Esta condición es muy notable en las instituciones superiores de enseñanza, donde debiera darse mayor lugar a la originalidad.
Cuando prepara una lección para su clase, el estudiante puede ser fácilmente reprobado si llega a expresar su propia opinión. No tiene derecho a tener su opinión. Su deber es escuchar reverente y respetuosamente las opiniones de sus profesores y de las eminentes autoridades que citan sus maestros. Esta actitud casi inquisitorial de la así llamada enseñanza, paraliza la iniciativa que es de vitalísima importancia para el progreso científico y filosófico de la raza.
En los tiempos venideros, se comprenderá, sin lugar a dudas, que el caudal más valioso para una nación lo constituye esas mentes más finamente organizadas, capaces de pensar por si mismas. “Todo el mundo”, señala Emerson, “está frente a un suceso imprevisto cuando Dios pone en libertad a un pensador”. En la mayoría de los casos, aquellos a quienes el mundo considera como sus mentes más grandes tienen pensamientos prestados o sustraídos de los demás. Unos pocos, inteligencias respetadas y veneradas, son los que piensan sesudamente para sus pueblos, razas e instituciones. Hay dos causas que producen el letargo mental. La primera es producida por una mente poderosa que, eclipsando los intelectos que le rodean hace que los demás acepten instintivamente sus conclusiones como superiores a las de ellos. Resulta, pues, que encontramos, comúnmente, grandes intelectos, como soles, rodeados por planetas negativos o satélites que intentan brillar con un poco de la luz reflejada en ellos por el intelecto alrededor del cual giran. La segunda, es que la actitud científica es de extremo escepticismo y crítica. Cualquiera que sea suficientemente imprudente para disentir con los descubrimientos de las mentes eminentes, será objeto de una persecución sin tregua. Se hace todo esfuerzo para obligarlo, como a Galileo, a que se arrodille y se retracte. Después que sus propios colegas lo han arrastrado a una muerte prematura, las generaciones venideras, percibiendo que los ataques que le hicieran fueron inmerecidos, hacen su apología y erigen un monumento a la memoria del intelecto martirizado. La humanidad teme cumplimentar a un hombre, más después de haber permitido que alguien se muera en la miseria, su memoria se perpetúa en la piedra con un alarde tal, que lo gastado podría haber prolongado la existencia de aquél que honran si se lo hubiesen dado en vida. Entre los griegos hay una copla que viene a propósito, y dice: “Siete ciudades pelearon por Homero muerto; y en ellas había mendigado su pan cuando vivo”.

Manly Palmer Hall – La Cultura de la Mente

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