miércoles, 11 de noviembre de 2015

Las dos grandes Leyes



CUARTA PARTE 

LAS DOS GRANDES LEYES 

Los buddhistas, en su filosofía, afirman que la ley y el orden son los supremos regidores de la Naturaleza. La ley está más allá de los caprichos del hombre. Es fija y eterna; por eso, la sabiduría consiste en conocer aquellas leyes en que está basado el Plan Eterno y armonizarse con ellas para cooperar con aquél. Para el buddhista hay dos leyes supremas. La primera es la ley de REENCARNACIÓN. Para el cristianismo corriente resulta dificultosa la comprensión de lo que es el ciclo de renacimientos, pero toda persona inteligente deberá llegar a reconocer que es la única respuesta al problema de la desigualdad humana. No puede concebirse que un Padre misericordioso castigue a una vida aún no formada y organice, tan sólo guiado por el capricho, el destino de los seres vivientes. Es injusta, la creencia de que la herencia hace padecer a un alma los pecados de sus padres, y sin embargo la mayoría aparentemente gusta más confiar en los caprichos de la Deidad que aceptar la doctrina que descarga el peso de la responsabilidad de la vida de los hombres sobre sus propios hombros. 

La ley de reencarnación es una de las afirmaciones fundamentales de la doctrina buddhista. La reencarnación es, la única concepción de la vida que es universal en oportunidad y personal en responsabilidad. Si bien la aceptación de esta ley no acerca el cielo, disipa al menos la idea de una eterna e infernal condenación, que es el espantajo de la religión cristiana. Si alguien merece el castigo de un infierno eterno de fuego y azufre es el que creó esta idea. No es razonable y es irracional el suponer que una vida, vivida entre un cúmulo de dificultades como las que acosan al género humano deba ser la única oportunidad. El imaginar que como resultado de unas pocas decenas de años vividas aquí abajo, una persona deba ir al cielo o al infierno por toda la eternidad es la mayor de las injusticias que la mente humana pueda concebir. 

La doctrina de la reencarnación enseña la igualdad de oportunidades para todos y que no hay privilegios especiales para nadie, siendo el éxito la recompense por buenas acciones y el fracaso el castigo a la indolencia. Descarga la responsabilidad de la salvación humana de los hombros de la Deidad y la coloca donde corresponde: sobre los hombros del individuo. El Buddha enseñó a sus discípulos a trabajar con diligencia por su propia salvación, y la gente sensata sabe que, en último análisis, es éste el único y sólo el único camino de lograr la paz. 

La ley de reencarnación justifica y preserva la dignidad del plan de la creación; explica la desigualdad humana, y para quienes deseen realmente ubicarse inteligentemente en la Naturaleza, ofrece el incentivo de su logro final a todo ser viviente; enseña que toda tarea incompleta hoy será exigida mañana hasta que el éxito corone la lucha de todo ser viviente por conocerse a Si mismo.

 La ley de reencarnación puede ser definida como la aplicación al caso individual de la conciencia del hombre, de la ley de evolución. Sabemos que las formas evolucionan; podemos estudiar la gradual evolución de la estructura física desde su simple origen hasta su compleja madurez y de allí a su final disgregación. La doctrina de la reencarnación enseña que el hombre evoluciona a través de la Naturaleza y con ella, edad tras edad, y que todas las formas desplegadas en torno nuestro en la Naturaleza son otros tantos testimonios de centros de conciencia que ahora comprendemos son el invisible impulso detrás de cada forma visible. La ley de reencarnación enseña que el hombre vuelve periódicamente a esta tierra física, reiniciando sus deberes en ella en el punto en que los había dejado la última vez, y que este proceso sigue hasta que aprende todas las lecciones que aquí pueden ser aprendidas. Las filosofías de Oriente enseñan que se verifican alrededor de ochocientas encarnaciones en cada oleada de vida, y que el espíritu renace en el mundo físico cerca de ochocientas veces y que otras tantas lo deja mientras el género humano va aprendiendo sus lecciones. El Buddhismo no separa al hombre de la Naturaleza sino que lo considera como un producto de ella, enseñando que está permanentemente controlado por sus leyes hasta que aprende a hallar el Camino del Medio, el cual finalmente lo liberará de la Naturaleza solamente cuando haya superado su ámbito. El Buddhismo hace del hombre un estudiante y de la vida una escuela, y llama días de clases a los períodos entre el nacimiento y la muerte, separados uno de otro por noches de descanso. Con la ley de reencarnación el hombre responde a muchos interrogantes. El buddhista explica por qué algunos nacen ricos y otros pobres, algunos rodeados de la opulencia y otros en medio de la mayor escasez; esta satisfecho con la vida, consciente de que él es la causa de la vida tal como la advierte. Podemos sintetizar esta filosofía con los siguientes pensamientos: 

Cada individuo es exactamente lo que él se ha ganado el derecho de ser. Está exactamente en el lugar en que se ha ganado el derecho de estar. Lo rodea aquella felicidad cuyos derechos ha adquirido en el pasado. Se enfrenta en la actualidad con las deudas contraidas en el pasado y que hoy le salen al encuentro. La infelicidad en la presente vida es el resultado del sufrimiento infligido a otros en alguna vida anterior. Si su cuerpo hoy es débil, es porque lo descuidó en su última encarnación. Si hoy no tiene amigos es porque en su última vida no los hizo. El hombre es el resultado de su pasado. Aquellos dones o facultades de que goza hoy son el resultado de su sincero trabajo de ayer, mientras que sus defectos y fracasos lo son del hecho de que en vidas anteriores no se controló a sí mismo y fracasó en la tarea de construir sus virtudes. 

De todo lo precedente es fácil deducir la absoluta honestidad de tales puntos de vista, que no dan cabida a la suerte ciega. Causa y efecto rigen este universo, en el que no hay lugar ni para milagros ni expiaciones vicarias, ni mezquindades religiosas. Todo es suprema justicia, inteligencia y compasión. 

La segunda de las grandes leyes del Buddhismo es consecuencia obligada de la primera, es la llamada LEY DE KARMA, cuyo significado literal es "compensación", o causa y efecto aplicados a las acciones de los individuos. Es el mismo contenido del pensamiento que expresara el Maestro Jesús cuando habló de sembrar y de cosechar, cuando dijo que "de acuerdo a lo que sembraréis, aquello cosecharéis". El buddhista dice que cada uno de nosotros está pagando las deudas contraidas en el pasado y que se está construyendo su destino futuro con su comportamiento diario hoy y aquí. Podemos resumir sus pensamientos concernientes a la Ley de Karma como sigue: 

Cada efecto es en naturaleza igual a la causa que lo produce. En el mundo espiritual la acción y la reacción son iguales. Todo pensamiento e ideal en la vida, como actividad, tienen una reacción acorde con y medida por la acción que los producen. Enfermedad, dolor y debilidad son todos resultados de nuestro mal uso y desconocimiento de las grandes fuerzas de la Naturaleza. Cada individuo es personalmente responsable de cada alegría y de cada dolor que encuentre en los caminos de la vida. Por eso, ante todo sufrimiento y todo pesar, el buddhista habrá de ser paciente, consciente de que las causas de todo dolor y todo infortunio que le sobrevengan no son, otras que su falta de consideración para los demás, su fracaso para enfrentar las responsabilidades de la vida, su carencia de autodominio. Reconoce que el vehículo físico, a través del cual se manifiesta su infortunio, no debe ser particularmente vituperado, pues esta condición personal es tan sólo el vehículo mediante el cual actúa la Ley de Karma. También advierte que no solamente pasa a la vida próxima con las impagas deudas de la que deja sino que también lleva consigo todo el buen Karma correspondiente al bien realizado, y que cuando aprende a hacer bien las cosas está engendrando únicamente buen Karma. La Ley de Reencarnación le da la oportunidad de enmendar sus errores. Así, cualquiera sea su actual nivel físico o espiritual, será algún día perfecto como es perfecto el Padre  de los cielos. Esta es la Ley de Karma. 

Estas dos leyes son la columna vertebral del Sistema Buddhista. La actitud absolutamente impersonal y justa ante la vida es una de las más significativas glorias de la antigua fe buddhista. Ella considera superior la virtud a la riqueza y coloca la integridad por encima de todos los tesoros. La perfección se alcanza con los actos, y no por la oración, y la fe del Buddha ofrece la gran esperanza, aún a la piedra y al leño, pues todo tiene su lugar en la Naturaleza, pues todo está incluido en el Gran Plan evolutivo, en el que la perfección aguarda a todas las criaturas. 

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Manly Hall – Las Enseñanzas del Glorioso Buddha

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