domingo, 22 de abril de 2018

El libro mágico - en you tube - QUINTA PARTE - El Castillo de Asézion


"EL LIBRO MÁGICO"

en you tube, desde aquí
https://www.youtube.com/watch?v=p_gAjBDER3U&feature=youtu.be


No es posible transcribir aquí sino unos pocos párrafos del libro en que mi atención se encontraba ahora completamente absorbida.  Estos párrafos han sido seleccionados por estimarlos de utilidad para aquellas pocas personas, muy pocas, desgraciadamente, que desean hacer de sus vidas algo más que un mero negocio de comprar y vender.
Cuando Paracelsus escribió «El Secreto de Larga Vida», lo hizo en una forma difícil y complicada, con el evidente propósito de que sus enseñanzas pudieran ser aprovechadas sólo por sus más diligentes y perseverantes discípulos. Pero las instrucciones dadas en el volúmen colocado, así yo lo imaginaba, para mi lectura, eran sencillas y en armonía con muchas realidades descubiertas por la ciencia moderna. Mientras leía más y más, principié a divisar la luz a través de la obscuridad, y a adquirir una
percepción acerca del medio cómo podría convertirme en adepta de lo que, el mundo estima milagroso, pero que, después de todo, no es sino la aplicación científica del sentido común. Para principiar, me referiré al siguiente, titulado:

"LA VIDA Y SU ADAPTACIÓN"

«La vida es el ímpetu Divino del Amor. La Fuerza que regula el Universo es el Amor; y del Amor nace el Deseo y la Creación. Así como un amante desea apasionadamente la posesión de su amada, para que de su mutua ternura nazcan los hijos del Amor, así también el Divino Espíritu, perpetuamente creador y deseoso de perfecta belleza, posee el espacio con eterna energía, produciendo millones de sistemas solares, cada uno de ellos con diferente, organización y separada individualidad. El Hombre, la criatura de nuestro pequeño planeta la  Tierra, es nada mas que un simple resultado de la irresistible manifestación de la Divina fecundidad.  El Hombre es la «imagen de Dios», en cuanto posee razón, voluntad e inteligencia que lo distinguen de la creación puramente animal, y en cuanto ha recibido un Alma, eterna, formada para el amor y para todas las cosas que crea el amor.
«El Hombre puede ser Divino, en el Deseo y perpetuación de la Vida. Considerado en un sentido estrictamente material, el es simplemente una fuerza corpórea formada de átomos que se mantienen juntos en cierta forma organizada; pero, dentro de esta forma organizada, se encuentra un Ser espiritual capaz de guiar y controlar su vehículo terrestre, y de adaptarlo a las circunstancias y al medio en que vive. En su naturaleza dual, el Hombre tiene el poder de mantener sus células vitales bajo su propio comando; puede renovarlas o destruirlas a voluntad. Generalmente prefiere destruirlas por medio del egoísmo y la obstinación, los dos principales elementos desintegrantes de su composición mortal.  De aquí resulta lo que Ilaman «muerte», la que sóIo es el inevitable cambio de su existencia.
Si el ser humano supiese de una vez por todas que le es posible prolongar vida terrena, y gozar de juventud y de salud durante un período indefinido en que no se cuenten ni los días ni los años, sino únicamente las «estaciones> o «episodios psíquicos>, podría pasar de una dicha a otra, de un triunfo a otro, con la misma facilidad con que respira el aire atmosférico.
"Siempre se ha considerado de importancia el que el hombre mantenga su cuerpo sano y esbelto, y pueda mover sus miembros con gracia y facilidad, haciendo ejercicios físicos para el robustecimiento y desarrollo de sus músculos, y jamás se le ha estimado como un loco por los actos de fuerza y destreza que pueda realizar. ¿Por qué, entonces, no debería entrenar su Alma para mantenerla tan sana y recta como su cuerpo de manera que esté capacitada para tomar amplia posesión de todos los poderes que su energía natural  y espiritual pueda suministrarle?"
"¡Lectores y estudiantes! Vosotros para quienes han sido escritas estas palabras, aprended y recordad  que la fuerza secreta de renovación de la  vida es la adaptación, la adaptación de los átomos de que se  compone vuestro cuerpo a los mandatos del Alma. ¡¡Sed los dioses de vuestro propio universo! ¡Controlad vuestro propio sistema solar, para que os revivifique con el calor y la energía de su fuente inagotable! ¡Haced del Amor la aspiración de vuestra vida, en forma que pueda crear dentro de vosotros la pasión de los nobles anhelos, el fervor de la alegría, el fuego del idealismo y de la fe! ¡Consideraos como parte del Divino Espíritu de todas las cosas, y sed divinos en vuestra propia existencia creadora! ¡Todo el Universo permanecerá abierto a las investigaciones de vuestras almas siempre que el Amor sea la antorcha que alumbre vuestro camino!».
Interrumpí la lectura, pues me pareció que disminuía la luz del pequeño cuarto en que me encontraba sentada. Procure escuchar las voces que tanto me habían confundido y agobiado, pero no percibí ruido alguno. Volví las páginas del libro colocado delante de mi y encontré lo siguiente;

"LA ACCIÓN DEL PENSAMIENTO"

«El pensamiento es una efectiva fuerza motriz, más poderosa que cualquiera otra fuerza motriz en el mundo. No es la mera pulsación de un conjunto especial de células cerebrales, destinado a convertirse en nada cuando esa pulsación ha cesado.  El pensamiento es la voz del Alma. Justamente, así como la voz humana es transmitida a través de la distancia por los alambres telefónicos, también la voz del Alma se transmite a través de las fibras radiantes conectadas con los nervios del cerebro.  El cerebro la recibe, pero no puede retenerla para si, pues es transmitida a su vez, mediante su propio poder eléctrico, a otros cerebros; y vosotros no podéis guardar un pensamiento para vosotros mismos, como no podéis tampoco mantener el monopolio de un rayo de luz solar.  En todas partes, en todos los mundos, a través del Universo infinito, las almas están hablando continuamente por el médium material del cerebro, almas que pueden no habitar en este mundo sino en la mas lejana estrella visible al mas poderoso telescopio.  Las armonías que concibe el músico, pueden haber llegado desde Sirio o desde Júpiter, reproduciéndose en su cerebro terrestre con espiritual dulzura desde mundos desconocidos.  El poeta escribe a veces casi sin darse
cuenta, obedeciendo a la inspiración de sus ensueños; y nosotros todos, cual más cual menos, no somos sino mediums transmisores de pensamientos, recibiéndolos primero de otras esferas extrañas a nosotros mismos para transmitirlos en seguida a otros cerebros".
El gran poeta Shakespeare ha dicho: «Ninguna cosa hay buena o mala; es sólo el pensamiento el que las hace tales».  Y con esta expresión ha establecido una gran verdad, una de las mas profundas verdades del Credo Psíquico. En realidad, somos lo que pensamos, pues nuestros pensamientos se resuelven en nuestras acciones.
«En la renovación de la vida y conservación de la juventud, el Pensamiento es el factor principal.  Si pensamos que somos viejos, envejecemos rápidamente.  Si, por el contrario, pensamos que somos jóvenes, conservamos nuestra vitalidad indefinidamente.
La acción del pensamiento ejerce su influencia sobre las partículas vitales que constituyen nuestros cuerpos, de manera que positivamente las envejecemos o rejuvenecemos según sea la actitud que asumimos. La actitud pensante del Alma humana debería ser siempre de gratitud, amor y alegría.  En la Naturaleza Espiritual no hay cabida para el miedo, el abatimiento, la enfermedad o la muerte. Dios quiere que Su creación sea feliz, y, colocando el Alma y el Cuerpo en armonía con la felicidad, obedecemos Sus leyes y cumplimos Su deseo".
"¡Por lo tanto, para vivir largo tiempo, estimulad pensamientos de felicidad! ¡Evitad conversaciones acerca de enfermedades miseria y decadencia, porque estas cosas son crímenes de los seres humanos, y son ofensas contra la primitiva intención divina de belleza! ¡lmpregnaos de luz solar y aire fresco; aspirad el perfume de las flores y de los árboles; manteneos lejos de las ciudades y de las multitudes; no busquéis riqueza que no sea ganada honradamente por nuestras manos o por vuestros cerebrosy, sobre todas las cosas, recordad que los hijos de la Luz pueden marchar por la Luz sin temer la obscuridad!"
Al leer esta última sentencia, algo me hizo detener y mirar a mi alrededor, y nuevamente me cercioré de que mi cuarto se iba obscureciendo más y más, y no solo oscureciéndose sino también achicándose.
Los purpúreos cortinajes de seda que cubrían las paredes se encontraban al alcance de mi mano, y recordé que no estaban tan cerca de mí al iniciar la lectura. Invadióme un temblor nervioso; pero resolví no ser el juguete de mi propia fantasía, y, una vez mas, me prepare resueltamente a estudiar el volumen colocado delante de mi.  El párrafo siguiente, que atrajo también mi atención, se titulaba:

"SOBRE EL DOMINIO DE LAS FUERZAS VITALES"

Y principiaba así:
«Para vivir largo tiempo, debéis ejercer un perfecto control sobre las fuerzas que engendran la vida.  Los átomos de que se compone vuestro cuerpo están en perpetuo movimiento; vuestro Ser Espiritual debe guiarlos en su camino, pues, de lo contrario, ellos semejarían a un ejercito sin organización ni equipo, que fácilmente puede ser derrotado al primer asalto. Si los mantenéis bajo vuestras órdenes espirituales, ellos permanecerán prácticamente libres de toda enfermedad.  La enfermedad no puede entrar a vuestro organismo sino en virtud de vuestra propia negligencia.
"Podéis perecer a causa de algún accidente, sea por culpa ajena, sea por vuestro propio descuido.  Si por vuestro propio descuido, debéis culparos a vosotros mismos; si por culpa ajena, debéis atribuir el accidente a una orden previa de la Divinidad a fin de que paséis a otra esfera de vida.
«Vuestro Espíritu, llamado Alma, es una criatura de Luz, y puede suministrar incesantemente rayos revivificantes a cada átomo y a cada célula de vuestro cuerpo.
Es una fuente inagotable de radium, de la que vuestras fuerzas vitales pueden extraer perpetua nutrición.  El ser humano usa los medios externos que son adecuados a la conservación de su propia existencia: pero olvida los poderes interiores que él posee, y que le han sido concedidos a fin da que pueda "llenar la tierra y subyugarla".
"Llenar la tierra", es amar cordialmente a toda la Naturaleza. "Subyugar la tierra" es dominar los Átomos de que se componen vuestros organismos, y mantenerlos completamente bajo vuestro control, de tal manera que, gracias a este dominio, puedan ser igualmente controlados todos los demás movimientos atómicos y fuerzas vitales sobre este planeta y la atmósfera que lo rodea.
«Mucho se ha hablado de los rayos de luz que traspasan la materia sólida como si fuera una masa de aire; sin embargo, este descubrimiento no es sino el principio de verdaderas maravillas.  Hay rayos que denuncian la presencia de los metales; y los tesoros de la tierra, el oro, la plata, las joyas y piedras preciosas que permanecen ocultas bajo su superficie y en el fondo de los mares, pueden ser vistos por medio de la penetrante luz de un rayo todavía desconocido por muchos, salvo por los adeptos del Credo Psíquico.  Ninguno de estos adeptos es jamás pobre; la pobreza no puede existir donde se mantiene un perfecto control de las fuerzas vitales.  Alegría, paz y abundancia acompañan siempre a las almas que están en armonía con la Naturaleza, y la vida se perpetúa siempre por el mero deleite de vivir."
«Por lo tanto, ¡oh paciente discípulo!  Procura siempre que la fuerza radiante de tu alma controle cada nervio y vaso sanguíneo de tu cuerpo, y aprende a ejercer dominio sobre todas las cosas buenas con aquella energía que compele a la obediencia.  No inútilmente hablo el Supremo Hacedor a su apóstoles cuando les dijo que bastaría que su fe fuese como un grano de mostaza para que pudiesen ordenar a una montaña sepultarse en el mar, y serian obedecidos!
¡Recordad que el Espíritu que habita en vuestra materia es Divino y de Dios, y que para Dios todas las cosas son posibles!>.
Levanté mí cabeza de su situación inclinada sobre el libro, y respire ampliamente.  Algo me oprimía, me sofocaba.  Miré hacia arriba y hacia los lados, y pude darme cuenta de que el pequeño cuarto, con sus cortinajes de suave color púrpura, se contraía, se reducía más y más en todo sentido, a tal punto de que ya casi me impedía moverme.  Parecíame estar algo así como enclavada en mi silla. El cielo del cuarto descendía manifiestamente. Sobrecogida de espanto, vino a mi memoria el antiguo suplicio practicado por la Inquisición, cuando la desgraciada víctima era obligada a observar como se estrechaban paulatinamente las paredes de su celda hasta causarle la muerte mas horrorosa. ¿Como podía yo estar segura de que este suplicio atroz no fuese practicado entre los miembros de aquella misteriosa Hermandad dedicada a estudiar el secreto de la vida ?
Hice mi esfuerzo por levantarme.  Aún podía mantenerme de pie. Frente a mi se encontraba la puerta por donde yo había entrado a esta pequeña cámara interior. Parecíame fácil escapar por ella, y, no obstante, me sentí impedida por una barrera invisible. Con el corazón palpitándome nerviosamente, permanecí inmóvil, pensando en cual sería el peligro que me amenazaba.  Casi involuntariamente, mis ojos se fijaron una vez más en el libro abierto delante de mi, y pude leer lo siguiente, en una especie de despierto sueño:
<Para el alma que no estudia las necesidades de su naturaleza inmortal, la vida misma es como una estrecha celda.  Toda la creación de Dios esta dispuesta a suministrarle cuanto le pida; sin embargo, ella muere de hambre, por decirlo así, en medio de la abundancia.  El miedo> la sospecha, la desconfianza, la cólera, la envidia y la falta de sentimiento, paralizan su ser y destruyen su acción.  El amor, el valor, la paciencia, la bondad, la generosidad y la simpatía, constituyen efectivas fuerzas vitales, tanto para ella como para el cuerpo en que habita.  Todas las influencias del mundo social actúan contra ella; todas las influencias del mundo natural actúan a favor de ella.  Nada hay de pura Naturaleza que no obedezca su mandato, lo que seria suficiente para su existencia feliz.  La pena y la desaparición son el resultado de la errada dirección de la Voluntad, causa única de toda tribulación y de toda inquietud".
¡Errada dirección de la voluntad! repetí en voz alta.  Luego continué mi Iectura:
«¿Que es el Cielo? Un estado de felicidad perfecta. ¿Que es la felicidad? La unión inmortal de dos almas en una sola, de dos criaturas de la eterna luz divina que participan de mutuos pensamientos, de mutua alegría, y que crean un verdadero encanto en forma y acción por su mutua simpatía y ternura.  La edad no les alcanza. La muerte nada significa para ellas. La vida palpita en ellas y las tempera comunicándoles calor y brillo, así como la luz solar calienta y colorea los pétalos de la rosa.  En si mismas, ellas constituyen un mundo, y crean involuntariamente otro mundo al pasar de una faz a otra de producción y de dicha. Porque no hay una obra buena si es realizada sin amor; no hay triunfo que se alcance sin amor; no hay fama, no hay conquista obtenida sin amor.  Los que aman a Dios son amados de Dios; su pasión es divina, no conoce cansancio, ni saciedad, ni fin.  Porque Dios es el Supremo Amante, y no hay cosa más grande que el Amor!>
Aquí, obedeciendo a un impulso repentino, tome el libro, lo cerré y lo mantuve aferrado con ambas manos. Mientras hacia esto, una densa obscuridad me rodeo opresivamente; un ruido semejante al del trueno estallo en mis oídos, y sentí que todo el cuarto temblaba y vacilaba como para sumergirse en un caos.  Se hundió el piso y yo me hundí con el a una gran profundidad, tan rápidamente que no tuve tiempo de pensar en lo que me ocurría, hasta que la sensación del descendimiento se detuvo de improviso.  Encontréme entonces en un estrecho sendero verde, del todo sombreado por amplias ramas de árboles en forma de bóveda.
Apenas pude darme cuenta de lo que me rodeaba, divise a Rafael, a Rafael Santóris en persona que se dirigía, hacia mí; pero... no solo! Reprimí el vehemente impulso de correr hacia el.  Permanecí inmóvil, pues me invadió un frió mortal. ¡Venía acompañado de una mujer!...una mujer joven y muy hermosa. Traíala abrazada, y observaba su rostro con apasionada ternura.
«¡Amor mío», exclamó con voz cariñosa e infinitamente tierna, «te llamo así, como siempre te he llamado durante muchos períodos de tiempo. ¿No es en realidad extraño que aún el anhelante espíritu, deseoso de encontrar a su predestinada compañera, este sujeto a error? Creí haberla encontrado antes que a ti, y alcancé a concebir por ella un pequeño amor; pero ello fue únicamente una ceguera momentánea.  Tú eres la única que he buscado en el trascurso de los siglos; tú eres la sola y única a quien yo amo, ¡Prométeme no apartarte de mi jamas!".
«Te lo prometo», contestó ella con un murmullo, suave como un suspiro.
Continuaron avanzando en esa actitud de verdaderos enamorados, y, cuando estuvieron cerca de mí, me les interpuse en su camino para que Rafael Santóris al menos me viese, y supiera que yo me había aventurado, por su amor, a someterme a tan duras pruebas en el Castillo de Asélzion, y que hasta ese momento había triunfado en ellas.
Con el corazón angustiado, lo vi aproximarse; sus ojos azules miráronme con indiferencia, y en sus labios se dibujo una fría sonrisa.  Su hermosa acompañante me miró como a una extraña, y ambos, estrechamente unidos, siguieron su marcha hasta perderse de vista.
Aun cuando lo hubiese intentado, no me habría sido posible articular una sola palabra.  Mi impresión fue tal que me hizo enmudecer. ¡Las pruebas habían sido inútiles, pues Rafael Santóris había encontrado otro espíritu femenino que someter a su influencia!
Aturdida, avergonzada, con mi cerebro lleno de confundidos pensamientos, procure caminar unos cuantos pasos.  El suelo era suave como terciopelo, mientras una ligera brisa que soplaba entre los árboles refrescaba mi dolorida cabeza. Aun mantenía entre mis manos el libro titulado «El Secreto de la Vida>, ¡Cuán inútil era ya para mi! En efecto, ¿que significa la Vida si el Amor es falso?
El sol enviaba sus brillantes rayos a través de los tupidos arbustos entrelazados encima de mí, y los pajarillos trinaban alegremente. Pero tanto la belleza del paisaje como el armonioso cantar de éstos no llamaban mi atención. Concentrabase únicamente mi pensamiento en que el amante que había declarado amarme con amor eterno, no me amaba mas!
¡Parecióme desolado el mundo, y el Cielo mismo careció para mi de interés! ¡Mi único deseo era morir, y nada más que morir!
Enseguida principié a caminar lentamente, con dificultad; mis miembros estaban lánguidos y había perdido en absoluto mi valentía. Si hubiera podido encontrar el camino para llegar hasta Asélzion, le habría dicho: "¡Es suficiente! ¡No necesito conocer ni el secreto de la vida ni el secreto de la juventud, desde que el Amor me ha abandonado!"
Luego comencé a pensar más coherentemente.
Hacía poco, había escuchado voces detrás de una pared que afirmaban la muerte de Rafael Santóris, ahogado en su propio yate «lejos de Armadale, en Skye». Si esta aseveración era efectiva, ¿cómo había podido el llegar hasta allí?  En vano me repetía a mi misma una y otra vez esta misma pregunta, hasta que acumule la fuerza suficiente para recordar que el Amor, el verdadero Amor, jamás cambia. ¿Debía yo creer en el Amor de mi amado, o dudar de él? ¡Tal era el punto sometido a mi consideración! Pero, ¿no tenía yo el testimonio de mis propios ojos? ¿No era yo misma testigo de su espíritu versátil?
Absorta en estas tristes meditaciones, divise un asiento rústico bajo uno de los árboles más umbrosos.  Sentéme en el, y note que mi atribulado espíritu se tranquilizaba gradualmente. ¿Por que, me preguntaba yo, había sido Ilevada tan repentina y tan forzadamente a ese sitio sin motivo alguno, al parecer, salvo para que viese a Rafael Santóris en compañía de otra mujer a quien parecía preferir antes que a mi?
Debía ello establecer alguna diferencia en mi amor hacia el.  En amor, si el amor es amor verdadero, si el amor es recíproco, la fe y la deslealtad jamás pueden ser potencias iguales; son términos que se excluyen total y absolutamente: la deslealtad en algo, significa falta de fe en todo.  Si la felicidad de aquel a quien yo amaba era obtenida por otros medios ajenos a mi persona, ¿debería yo codiciarla?
A pesar de todo, mi corazón padecía en esos instantes de amarga y desolada angustia. Parecíame haber sido poseedora hasta entonces de una joya de inestimable valor cruelmente arrebatada por el Destino. Meditando todavía en solitaria tristeza, principié a reflexionar acerca de la extraña casualidad que me había llevado a aquel paraje, sin pensar jamas que toda aquella aventura pudiera ser el resultado de algún plan preconcebido.
Un ruido de pasos lentos llamó mi atención.
Vi a un hombre anciano que se encaminaba hacia mi apoyado en el brazo de una mujer de graciosa y arrogante apariencia.
La mirada de ambos personajes era benévola, e inspiraba confianza a primera vista, y los observe venir con una especie de seguridad en que ellos podrían tal vez explicar mi presente dilema.  El venerable aspecto del anciano me atraía de un modo muy especial, y mientras se me acercaba, y al ver que evidentemente tenía intención de hablarme, levantéme de mi asiento y avance uno o dos pasos para encontrarlo.  Inclinó su cabeza cortesmente y me sonrió con aire grave y compasivo.
«Celebro mucho», dijo en tono familiar, "que no hayamos venido demasiado tarde. Temíamos, ¿no es verdad? — aquí miró a su compañera a fin de que confirmase sus palabras — temíamos que hubieras sido irremisiblemente víctima de algún engaño antes de que pudiésemos venir en tu rescate". 
«¡Ay! ¡Eso habría sido terrible!, exclamó la mujer con acento de profunda conmiseración.
Completamente aturdida, dirigí una mirada a ambos.  Hablaban de rescate. ¿Rescate de que? «Irremisiblemente víctima de algún engaño». ¿Que significaba esta frase? Desde que había visto a Rafael Santóris en compañía de una mujer a quien llamaba «Amor mío», habíame sentido casi incapaz de hablar; pero ahora recobre súbitamente esta facultad.
«No os comprendo», dije con tanta claridad y tanta firmeza como me fue posible.
«Aqui estoy por mi propio deseo, y no he sido víctima de engaño. ¿Porque necesitaría ser rescatada?».
El anciano movió su cabeza compasivamente.
<¡Pobre niña», dijo.—«¿No te encuentras prisionera en el Castillo de Asélzion?».
«En virtud de mi propio consentimiento», contesté.
Levantó sus manos el anciano en una especie de suplicante asombro.
<No es así», profirió la mujer, sonriendo tristemente. «Te encuentras en un grave error. Estas aquí por la malvada voluntad de Rafael Santóris, un hombre que no tendría remordimiento en sacrificar cualquier existencia para probar sus locas teorías!  Te encuentras bajo su influencia, tú, pobre criatura, tan fácil de ser engañada!
Piensas que sigues tu propia línea de conducta, y que realizas tus propios deseos; pero, en realidad, no eres sino esclava de Santóris desde que lo conociste. Eres un mero instrumento suyo». Y se volvió al anciano con ademán suplicante: «¿No es verdad?»
El anciano inclinó  su cabeza en señal de asentimiento. .
Por un instante, un torbellino de ideas invadió mi fatigado cerebro. ¿Seria verdad lo que ellos decían?
Su aspecto era sincero y no demostraba objeción sino bondad al prevenirme un daño futuro. Procure ocultar mi torturante ansiedad, y pregunte traquilamente:
"Si tenéis suficiente motivo para afirmar lo que aseveráis, ¿que me aconsejáis hacer? Si estoy en peligro, ¿como puedo escapar de el?" 
La mujer me observó con curiosidad, y sus ojos brillaron con repentino interés. Su venerable compañero contestó mi pregunta:
"Por ahora, es muy fácil escapar. Te bastará seguirnos para llevarte fuera de este bosque y conducirte a un sitio seguro. En seguida, puedes volver a tu casa y olvidar..."
"¿Olvidar que?", le interrumpí.
<Toda esta tontería», contestó con benévola seriedad. «Esta idea de vida eterna y de amor eterno que el artificioso brujo Rafael Santóris ha inspirado a tu muy sensible y crédula imaginación; esta fantástica creencia acerca de la inmortalidad e individualidad del alma. El amor, en la forma concebida por el, no existe.  El secreto de la vida tampoco existe.  En lo relativo al secreto de la juventud ...».
«iAh!>, exclamé con vehemencia. «Habladme sobre este particular, y especialmente de la espléndida juventud de Asélzion, no obstante su avanzada edad!.
Por primera vez en el curso de esta entrevista, noté en los recién Ilegados un aire de confusión que me valió para recobrar la confianza en mi misma.
"¿Por que?, proseguí, habéis venido con estas advertencias respecto de aquellos a quienes Dios o el Destino ha hecho intervenir en el camino de mi vida? Podréis decir tal vez que habéis sido enviados por Dios; pero, ¿acaso la Divinidad se contradice? Jamás he sufrido daño alguno ni de Rafael Santóris ni de Asélzion.  Me siento apenada, perpleja y torturada por lo que he oído y he visto; pero tanto mi oído como mi vista pueden ser engañados. ¿Por que debería yo creer en malas intenciones si estas no fuesen debidamente comprobadas?"
La mujer me miró con repentino desdén.
«¡De manera que permanecerás aquí, engañada por tus propios ensueños y sentimientos!», dijo con evidente desprecio. «¡Tu una mujer, continuaras en una comunidad
de hombres que son reconocidos impostores, sacrificando tu nombre y reputación por una simple fantasía!".
Su mirada y sus modales habían cambiado en absoluto, e inmediatamente me puse en guardia.
"Sólo a mi me concierne defender mi nombre y mi reputación", repliqué con frialdad.
El anciano avanzó algunos pasos hasta tomarme de un brazo. Sus ojos brillaban con manifiesta cólera.
«¡Debemos salvarte!>, exclamó  con acento imperioso. «¡Debes venir con nosotros quieras o no quieras! Hemos visto ya tantas víctimas del artificioso Asélzion que estamos resueltos a librarte del peligro que te amenaza».
Hizo un esfuerzo por atraerme hacia él; pero mi espíritu recobro en ese instante toda su energía, y lo rechace con violencia.
«¡No, no iré con vosotros!», exclamé ardientemente. «Sólo Dios me librara de daño, si en realidad algún daño puede sobrevenirme.  No creo una sola palabra de lo que habéis dicho contra Rafael Santóris o contra Asélzion. ¡Amo al uno, y confió en el otro!
¡Dejadme en paz!».
Apenas había pronunciado estas palabras, el anciano y la mujer se lanzaron sobre mí, y, tomándome por fuerza, procuraron arrastrarme hasta lejos de aquel sitio.
Yo les opuse la mayor resistencia de que fuí capaz, sosteniendo todavía estrechamente con una mano el libro «El secreto de la Vida».  Pero sus combinados esfuerzos principiaron a vencerme, y, sintiéndome por momentos más y más débil, grité en voz alta, en un rapto de desesperación: «¡Rafael! ¡Rafael!»
En un instante me encontré libre. Mis aprehensores me soltaron, y yo me abalancé lejos, sin saber adonde, corriendo, corriendo y corriendo siempre, temerosa de ser perseguida, hasta que de improviso me encontré a la orilla de una negruzca extensión de agua que se dilataba hasta confundirse a lo lejos, en fría obscuridad, con un horizonte invisible.

del libro El castillo de Asélzion
MARIE CORELLI

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