domingo, 22 de abril de 2018

Dentro de la luz - EN YOU TUBE - OCTAVA PARTE Y FINAL de El Castillo de Asélzion



Cuando hube quedado sola una vez mas, entrégueme a la encantadora sensación de perfecta felicidad que ahora parecía estar en posesión de todo mi ser. El mundo de la esplendorosa Naturaleza mostraba un aspecto de brillante hermosura que no podía ser obscurecido por ningún temor o presentimiento. Era un espejo en que yo veía reflejarse el Espíritu Divino. Nada en la creación era capaz de aterrorizar ni aun desanimar al alma progresista que había llegado a tener conocimiento de sus propias facultades, y que, en virtud de las leyes que la gobiernan, está destinada a levantarse a la mayor altura del Supremo Poder.  Yo había ligeramente adivinado esta verdad; pero sólo ahora me encontraba segura de ella. Ahora reconocía que cada cosa obedece y debe obedecer a esta fuerza interna que existe para «llenar la tierra y subyugarla», y que nada puede impedir la consecución de su resuelta voluntad.
Mientras tomaba asiento nuevamente al lado de la ventana, principie a meditar de que naturaleza podría ser el último terror a que Asélzion se había referido. ¿Por que mencionaba la palabra "terror" siendo que no había motivo para experimentar terror de ningún genero? El terror, sólo puede nacer de un sentimiento de cobardía, y esta es hija de la debilidad. Sin duda que mi fuerza psíquica no había sido probada a entera satisfacción de Asélzion, quien aun pensaba que posiblemente alguna debilidad oculta en mi espíritu podría evidenciarse en una prueba posterior. Tome entonces la inquebrantable resolución de actuar en forma de que si tal era su idea se equivocaría en absoluto. Juré en el sentido de que nada podría desviarme en mi camino, y que ni todo el mundo levantado en armas contra mi me impediría avanzar hacia el perfeccionamiento de mi misma en el amor de mi amado.
Ya he dicho que no habrá reloj visible en la casa de Asélzion. La hora solamente podía deducirse de la mayor o menor ampliación o debilitamiento de la luz del día; pero la tarde iba a dar paso al crepúsculo, pues la ventana ante la cual encontrábame sentada se abría hacia el poniente, y desde el la contemplaba yo el majestuoso descenso del sol en medio de franjas doradas, purpurinas, rojizas y celestes. Al mirar extasiada aquella maravilla de colores y matices diversos, sentí que mi espíritu era atraído como para absorberse en ella, y que todo mi ser encontrabase en armonía con los torrentes de luz anaranjada que inundaba el imponente mar y la fecunda tierra de aquel amplio panorama.
En seguida me puse de pie y salí al jardín. Sentíame como un espíritu desencarnado; tan ligeros, libres y alegres eran mis propios movimientos, tan perfectamente al unísono con todas las cosas de la Naturaleza. El sol poniente me bañaba con su rojiza y purpúrea magnificencia, y levanté mis ojos al Cielo, exclamando casi inconscientemente:
"¡Gracias a Dios por la Vida! ¡Gracias a Dios por el Amor! ¡Gracias a Dios por todo lo que la Vida y el Amor pueden ofrecerme!"
Una gaviota, en demanda de tierra, paso volando sobre mi cabeza, profiriendo un suave graznido.  Mediante un impulso repentino, extendí una mano para tomarla:
El esfuerzo tuvo éxito. Lentamente, y como impedida por algún obstáculo que sentía, pero que no podía ver, principió a dar vueltas, en círculos descendentes y, por último, se dejó apresar por mí. Mantúvela prisionera por un momento. Miróme con sus ojos de color rubí castaño que brillaban a a la luz del sol. Luego la solté a fin de que volviese nuevamente a respirar el aire de su propia libertad, y desapareció después de describir uno o dos círculos más. Sentirme entonces como poseída de un feliz ensueño al darme cuenta de que cuanto podía hacer con las cosas visibles de la Naturaleza podría igualmente hacer con las invisibles.
Una sensación de poder vibraba en mi,  

Nota: La filosofía de Platón enseña que el hombre, originariamente, gracias al poder de la Divina Imagen dentro de si mismo, tenia inmediato dominio sobre toda la Naturaleza; pero que poco a poco perdió esta facultad por su propia culpa.

poder para mandar y poder para resistir; poder para destruir toda vacilación, duda o incertidumbre; poder que, al ser conectado mediante las corrientes físicas y espirituales con este planeta, la Tierra, y con la atmósfera que lo envuelve, atrae hacia si todo lo que desea, y rechaza lo que no ha menester.
Al regresar lentamente a través del jardín observé que, al inclinarme sobre alguna determinada flor, esta se levantaba hacia mi, como atraída por un imán. No sentía deseos de tomar ninguna de ellas para mi exclusivo placer, como tampoco habría podido matar un pajarillo después de oír su melodioso canto. Una oculta simpatía habiase despertado en mi para con estas hermosas creaciones.
Cuando hube llegado una vez mas a mi cuarto, encontré la acostumbrada colación de frutas frescas, pan y agua, única clase de alimento de que se me permitía disfrutar.
Érame del todo suficiente, pues aún no había experimentado la sensación del hambre.
Luego principié a pensar cuanto tiempo habría yo estado de novicia en la casa de Asélzion. No habría podido decir si días o semanas. Dime cuenta entonces de la gran verdad de que el tiempo no existe con relación a las cosas del infinito, y recordé los versos de un antiguo salmo:

«A thousand ages in Thy sight
Are like an evening gone,.
Short as the watch that ends the night
Before the rising sun».

"Mil años en vuestra visión 
Son como un pasado atardecer,
Cortos como la culminación de una noche de vigilia
Antes que el sol se levante" (traducción libre)

Y mientras mis pensamiento! se deslizaban de esta manera, abrí el libro «El Secreto de la Vida»,- y como en respuesta a mis cavilaciones encontré lo siguiente:



LA ILUSIÓN DEL TIEMPO

«El tiempo no existe fuera de nuestro planeta. La Humanidad cuenta sus años», sus días y sus horas por el sol; pero mas allá del sol hay millones y trillones de otros soles mas grandes, comparados con los cuales el nuestro resulta muy pequeño. En el espacio infinito no hay tiempo, sino únicamente eternidad. Por lo tanto, el alma, sabedora de que ella misma es eterna, debe asociarse con cosas eternas, y jamás contar su edad por años. Para su existencia no puede haber fin; por consiguiente, jamás envejece y jamás muere. Son los falsos sectarios quienes hablan de muerte, y los débiles de espíritu quienes hablan de edad. El hombre que deja hundir en decrepitud y apatía nada más que porque transcurren los años, demuestra cierta debilidad mental o espiritual que no puede vencer por acto de su propia voluntad; y la mujer que sufre al ver que su belleza decae y se marchita a causa de lo que ella o sus mis queridas amigas gozan con llamar "edad" manifiesta estar desprovista de control espiritual. El alma es siempre jóven, y su propia radiación puede conservar la juventud del cuerpo en que habita. La vejez y la decrepitud sobrevienen a aquellos para quienes el alma es un factor desconocido; El alma constituye la única barrera contra las fuerzas desintegrantes que destruyen las sustancias débiles o gastadas y que preparan al cuerpo para el cambio que la humanidad designa con el nombre de < muerte >. Si la barrera no es bastante resistente, el enemigo tomará la ciudad. Estos hechos son simples y verdaderos; demasiado simples y demasiado verdaderos para ser aceptados por el mundo.
Las gentes van a misa, y piden a la divinidad que salve sus almas, mostrando en todas sus costumbres sociales y de gobierno una completa falta de creencia en cuanto a la existencia del alma misma. Hombres y mujeres fallecen cuando aún debieron haber vivido. Si examinamos la causas de sus muertes la encontraremos en su manera de vivir. El amor propio y el egoísmo han muerto mas seres humanos que cualquiera otra plaga. La blasfemia de los impostores y falsarios ha insultado la majestad del Creador mucho más que cualquiera otra forma de pecado. El ser humano que asiste a un ritual o ceremonia en que no cree con sinceridad, nada más que para seguir la costumbre social, se burla manifiestamente de su Creador; y el sacerdote que gana su vida de un ritual semejante esta sencillamente comerciando con las cosas divinas. Es menester enseñar a los seres humanos que ellos viven no en el tiempo sino en la eternidad; que sus pensamientos, palabras y acciones son recordados minuto a minuto con toda exactitud, y que cada individuo está en la obligación de contribuir a la general belleza y ornamento del divino plan de perfección universal. Cada hombre, cada mujer, debe dar de si lo mejor para conseguir ese fin. El artista debe dar su más noble arte, no porque le proporcione ganancia o renombre sino por lo que debe a los demás en cuanto al perfeccionamiento estético. El poeta debe ofrecer sus más elevados pensamientos, no por buscar alabanza, sino por amor a Ia humanidad. El propio artífice o artesano debe hacer su mejor y más resistente obra, no por el dinero que recibe en pago de ella, sino por el hecho de que ES obra, y como tal debe ser bien ejecutada, y ningún trabajador debe imaginar que le es lícito desperdiciar las fuerzas físicas y espirituales con que ha sido dotado. Porque no es permitido ni el derroche de tales fuerzas, ni la indolencia, ni el egoísmo. La actitud del egoísta es pura desintegración: un microbio destructor que desmigaja y desmorona todo su propio ser, arruinando no solo su cuerpo, sino también su alma, y causando frecuentemente verdaderos estragos en la misma riqueza que ha sido tan ávidamente guardada. Porque la riqueza es efímera como la fama. Solo el amor y el alma son las cosas duraderas de Dios, los autores de la Vida y los reguladores de la Eternidad. 
Aquí terminé mi lectura. En seguida, dejando a un lado el libro, púseme a escuchar. Música solemne y exquisitamente armoniosa llegó a mis oídos desde la distancia. Parecía vibrar a través de la ventana como en un doble coro, levantándose desde el mar y descendiendo de los cielos. Deliciosas armonías tremolaban en el aire, suaves como la llovizna al caer sobre las rosas, y con su penetrante ternura, miles de sugestiones, miles de memorias vinieron hacia mi, todas ellas infinitamente dulces. Principié a pensar en que si aun Rafael Santóris llegara a separarse de mí por cualquiera fatalidad o desgracia, ello no me afectaría demasiado mientras yo alimentase en mi propia alma mi amor para con el Nuestra pasión era de naturaleza mas elevada que la meramente material; era material y espiritual al mismo tiempo, pero predominaba lo espiritual, constituyendo así la única pasión verdadera. ¿Que importaban unos pocos años mas o menos si estábamos predestinados a unirnos al fin en virtud de las leyes eternas que nos gobiernan?
La música continuaba en varios caprichos de suave armonía, y mi espíritu, como nube flotante, deslizábase perezosamente sobre las ondas sonoras. Llena de compasión, pensé en los miles de seres inquietos y de contentos que se dedican a los mas insignificantes designios en la vida; gentes para quienes la pérdida de un mero artículo de falsa ostentación es mas importante que una dificultad nacional; gentes que dedican todas sus facultades a fin de progresar en sus miras exclusivamente egoístas; gentes que discuten trivialidades hasta que la discusión se agota, los oídos se cansan y el cerebro se fatiga; gentes que, presumiendo ser religiosas y regulares asistentes a las iglesias, ejecutan las mas bajas acciones y no tienen escrúpulos para chismear y hacer daño a los demás hasta que consiguen romper amistades y destruir el amor; gentes que hablan de Dios como si fuera un amigo íntimo y que, sin embargo, proceden en forma absolutamente contraria a los mandatos divinos. Cuando hube pensado en todo esto principié a meditar cuan diferente sería este mundo si los seres humanos aspirasen a la realización de los mas nobles ideales, y pusieran siempre de manifiesto la oculta fuerza y grandeza que hay en sus almas; si ellos gobernasen realmente su propio universo sin permitirle descender al caos. ¡Cuan dichosa llegaría a ser la vida! ¡Cuan repleta de salud y de felicidad! ¡Que paraíso se crearía en torno nuestro! ¡Cuan innumerables bendiciones recibiríamos del Ser Supremo!
Gradualmente, mientras permanecía sentada y absorbida en mis propios ensueños, la tarde declinó en crepúsculo, y al crepúsculo sucedió la noche. Una estrella, como grande y luminoso diamante, apareció por sobre un claro de nube, y una suave obscuridad comenzó a invadir el cielo y el dilatado mar. Luego abandoné mi asiento al Iado de la ventana, y comencé a pasearme lentamente por el cuarto en maravillada expectación. La música aún continuaba, pero en forma mas calmada y solemne, semejante a las armonías de un grande órgano tocado en alguna catedral. Aquella música me impresionaba con un doble sentimiento de plegaria y de alabanza, mas de alabanza que de plegaria porque nada tenía yo que pedir, pues Dios me había dado mi propia alma, que para mi era todo.
Cuando la obscuridad se hizo mas profunda, una apacible luz difusa alumbró el cuarto, y pude notar que eran las propias paredes Las que brillaban en esta forma tan delicada. Toqué con mi mano la pared mas próxima y la encontré enteramente fría. Yo era incapaz de comprender como podría producirse aquella luz tan hermosa; y mientras continuaba paseándome, observando los graciosos y artísticos objetos que adornaban el cuarto, distinguí un caballete que sostenía un cuadro cubierto con una cortina de terciopelo negro. Movida por la curiosidad, hice a un lado la cortina y mi corazón dió un repentino salto de alegría. ¡Era un retrato de Rafael Santóris, admirablemente pintado! Mirabánme sus grandes ojos azules, y una sonrisa se dibujaba en su firme y hermosa boca. El retrato entero me hablaba, y parecía preguntarme ¿Por que motivo has dudado?». Permanecí contemplándolo durante varios minutos, dándome Cuenta de lo que puede impresionar aún la imitada presencia de un rostro amado. Y luego comencé a pensar acerca de cuan extraño es que jamás parezcamos en disposición de admitir la insistente manifestación de la Naturaleza en lo relativo a la personalidad e individualidad. Si nos remontamos a considerable altura en la barquilla de un globo o en un aeroplano, y dirigimos nuestra vista hacia abajo, a una muchedumbre, todos los seres humanos que la componen nos parecerán iguales: una masa obscura de pequeñas y movedizas unidades. Pero, al descender entre ellas, vemos cada rostro y cada figura totalmente diferentes a pesar de haber sido creados con los mismos principios materiales. Sin embargo, hay quienes argumentan y afirman que, aún cuando es muy marcada la individualidad personal en cuanto a los cuerpos, no existe personalidad individual en las almas; que la Naturaleza se preocupa tan a la Iigera del espíritu inteligente que habita una forma mortal, que ella limita la individualidad a lo que esta sujeto a cambio, sin tomar en cuenta lo que en el es eterno. Esta hipótesis es absurda, ya que es el alma la que imprime personalidad al cuerpo.
La personalidad individual de Rafael Santóris, aun expresada en su retrato, parecía la de un ser a quién yo hubiera amado tiernamente durante largo tiempo. No había reservas en sus facciones, sino únicamente una adorable familiaridad. En épocas remotas, en siglos que pueden estimarse como meros días en el trascurso del tiempo, su alma me había mirado con amor por intermedio de sus bellos ojos azules. Reconocí su tierna, semi-suplicante y semi-imperativa mirada, y su ligera sonrisa que tanto expresaba. Sentí que el esforzado y ambicioso espíritu de este hombre había buscado el mío para ayudarlo y completar el suyo, y que yo, sin comprenderlo, me había separado de él en la oportunidad decisiva que debíamos unirnos.
Una y otra vez estudié su retrato encarecidamente, tan conmovida por su aspecto que me sorprendí hablándole con ternura, como en presencia de un ser efectivo:
«¿Te encontraré nuevamente?», murmuré. Vendrás a mí, o iré a ti? ¿Corno nos encontraremos? ¿Cuando podré decirte que eres mi único amor; el centro de mi vida;
el verdadero manantial de mis mejores pensamientos y acciones; el Dios de mi universo de cuyo amor nace la luz y el esplendor de la Creación? ¿Cuando te veré otra vez para decirte lo que mi corazón desea expresarte? ¿Cuando podré arrojarme a tus brazos, y vivir en paz, consciente de haber ganado el pináculo de mi ambición en el amor de nuestra perfecta unión? ¿Cuando pondremos nuestras vidas en consonancia con esa cuerda sensible que deja oír sus armónicos sonidos dulcemente por toda la eternidad? ¿Cuando nuestras almas formaran una sola, pletórica de luz, en que el poder y bendición de Dios vibren como fuego vivo, creando dentro de nosotros la belleza, la sabiduría, el valor y la celestial felicidad? Necesariamente, éste será nuestro futuro; ¿pero cuando?».
Obedeciendo a los impulsos de mi imaginación, extendí ambos brazos hacia el retrato de mi amor, y llenaronsé de lágrimas mis ojos. Me sentí la mas débil de las criaturas ante el súbito recuerdo de la dicha que pude haber alcanzado largo tiempo atrás si yo hubiera sido oportunamente cuerda.
Una puerta abrióse con suavidad a mis espaldas, y volvíme al instante en esa dirección. Era Honorio, el mensajero de Asélzion. Lo salude con una sonrisa, a pesar de mis ojos Ilorosos.
- "¿Habéis venido a buscarme?", pregunté. "Estoy lista".
Honorio hizo una ligera reverencia.
"No estáis enteramente lista», respondió. Y al decir estas palabras puso en mis manos un vestido doblado y un velo. "Debéis vestiros con esto. Os esperaré al lado afuera».
Cuando me hubo dejado sola, procedí con toda rapidez a cambiar mi vestimenta por la que Honorio me había traído, y que consistía en un largo vestido blanco algo pesado, de suave seda, y un velo igualmente blanco que me cubría de pies a cabeza. Terminada esta operación, la que realicé en pocos minutos, toqué la campanilla que antes me había servido para llamar a Asélzion. Honorio entró inmediatamente; su aspecto mostrábase grave y preocupado.
"Para el caso de que no volváis a este cuarto», dijo con lentitud, tenéis algún mensaje, alguna comunicación que deseéis enviar a vuestras relaciones?.
Mi corazón dió un salto repentino. ¿Habría algún peligro efectivo reservado para mi?
«No tengo», conteste sonriendo, después de meditar un momento, y agregué en seguida: «Podré atender después por mi misma todos mis asuntos personales».
Honorio me miró con atención. Su hermoso y austero rostro mostrábase grave hasta la melancolía.
«No estéis tan segura», dijo en voz baja. "Aún cuando no me corresponde hablar, debo deciros que pocos triunfan en la prueba a que pronto seréis sometida. Solamente dos han pasado por ella en diez años».
¿Y uno de esos dos fue. »?
Por toda respuesta indicó el retrato de Santóris, confirmando así mi instintiva fe y esperanza.
"No tengo miedo", exclamé, «y estoy ahora dispuesta a seguiros a donde queráis llevarme»...
Sin hacer otra advertencia, volvióse y dirigió sus pasos hacia afuera del departamento.

Yo seguí tras él. Descendimos varias escaleras y pasamos por algunas galerías, tristemente alumbradas unas, otras con muy escasa luz. La noche había ya avanzado, y a través de una o dos de las ventanas que encontramos en nuestra marcha pudimos ver el cielo tachonado de estrellas. Llegamos al espacioso hall donde jugaba la fuente, y lo encontramos iluminado con la misma extraña y penetrante luz que yo había notado en ocasión anterior. El hermoso brillo, al caer sobre la fuente, hacía que el delicado follaje de los helechos y palmeras y los diversos matices de las flores, semejasen en su conjunto algo así como un sueño de hadas.
Habiendo pasado el hall, seguí a Honorio por una estrecha galería. De repente me encontré sola. Guiada por la armoniosa y solemne música del órgano, continué avanzando. Pronto observé un amplio torrente de luz que emergía por la puerta de la capilla. Entré sin vacilar un instante.
En seguida me detuve. El símbolo de Cruz y Estrella resplandecía frente a mi, y por todos lados hombres vestidos de blanco, con sus capuchas echadas sobre sus espaldas, permanecían en silenciosas filas. Aquellos hombres mirabánme con sumo interés.
Mi corazón latía rápidamente; estremecíanse mis nervios. Yo temblaba al andar, muy agradecida por el velo que algo me ocultaba ante aquella multitud de ojos que me miraban admirados, pero con benevolencia; ojos que mudamente me dirigían preguntas que jamás serían contestadas; ojos que parecían decir: ¿Por que estás entre nosotros, tu, mujer como eres? ¿Como has vencido dificultades que nosotros tenemos todavía que vencer? ¿Es orgullo o ambición de tu parte, o es amor?. 
Sentí mil influencias que se ejercían a mi alrededor; el poder de muchos cerebros escrutaban en silencio mi espíritu como si procuraran examinar a un testigo presentado en defensa de alguna gran causa. Con todo, resolví no ceder ante la abrumadora nerviosidad y repentino sobresalto de mi propia situación que amenazaba debilitar el control de mi misma. Fijé mis ojos en el esplendoroso símbolo de Cruz y Estrella, y proseguí avanzando con lentitud. Sin duda, parecía yo una extraña criatura en blanca vestimenta, como víctima destinada al sacrificio, encaminándose enteramente sola hacia aquellos ardientes y penetrantes rayos de luz que envolvían toda la capilla en un brillo casi enceguecedor. El órgano dejaba oír aun sus potentes y majestuosos acordes, y me pareció escuchar el canto de lejanas voces que de ellos emergía: 
'Into the Light,
Into the heart of the fire! 
To the innermost core of the deathless flame. 
I ascend, I aspire!*. 

"Dentro de la Luz
¡En el corazón del fuego!
A la infinita esencia de la llama inmortal
¡Yo asciendo, yo aspiro!"
(traducción libre)

Mi corazón palpitaba con extraordinaria violencia; todos mis nervios temblaban. Sin embargo, continué avanzando resueltamente, sin permitirme a mi misma ni aun pensar en el peligro. 
¡En seguida vi a Asélzion, a Asélzion transfigurado en un ser de sobrenatural belleza mediante la radiación de la esplendente luz que lo envolvía! 
Con ambas manos me llamaba hacia él y, al aproximármele, caí de rodillas. La música cesó repentinamente, y prodújose un absoluto silencio. Aún cuando no podía ver de un modo amplio, sentía que los ojos de todos los presentes se encontraban fijos en mí. Luego habló Asélzion: 
«Levántate!», dijo con voz dura e imperativa. «¡No es aquí dónde debes arrodillarte; no es aquí donde debes descansar! ¡Levántate, y anda! ¡Has ido lejos; pero el camino es aún más largo! ¡La puerta de la última prueba se encuentra abierta! ¡Que Dios sea tu guía!». 
Levánteme, obedeciendo a su mandato. 
Un deslumbrante destello de luz hirió mis ojos, como si se hubiese abierto el Cielo. El resplandeciente símbolo de Cruz y Estrella se dividió en dos porciones separadas, descubriendo algo parecido a un hall de vivo fuego en que llamas de todos colores subían y bajaban sin cesar. ¡Era una especie de horno de fundición en que todo debía ser consumido! 
Mire a Asélzion en silenciosa interrogación, y en respuesta igualmente silenciosa me indicó hacia la luminosa bóveda. Comprendí al instante, y, sin vacilar, avancé hacia ella. Como en sueños, oí una especie de murmullo tras de mí, y reprimidas exclamaciones de los estudiantes y discípulos de Asélzion quienes en su totalidad se encontraban reunidos en la capilla; pero no puse atención en todo esto, pues mi alma estaba preocupada de la última prueba a que debía ser sometida. Avancé paso a paso, y al enfrentar a Asélzion murmuré sonriendo: «¡Adiós! ; ¡Nos encontraremos otra vez!».
En seguida me encaminé hacia las llamas. Sentí su fuego en mis mejillas. El aire caliente levantaba mis cabellos a través de los pliegues de mi velo. Luego concebí la idea de que por alguna u otra causa iba yo a experimentar el "Cambio que los seres humanos llaman Muerte", y que por este medio encontraría a mi amado en otro plano de vida; y con su nombre en mis labios y una suplica apasionada en mi corazón me interné en el resplandeciente fuego. 
Al hacerlo, desapareció de mi vista Asélzion, la capilla, y todos aquellos que observaban mis movimientos, y víme rodeada por todos lados de penetrantes puntas de luz que, en lugar de chamuscarme y secarme como una hoja desprendida por Ia tempestad, hacíanme el efecto de una fresca y fragante lluvia que caía sobre mi. Muy asombrada por esta circunstancia, seguí adelante con mayor valentía. Al principio me sentí bañada por delicados rayos de color topacio; luego, de hermoso color violeta y sus diversos matices; en seguida. de celeste, semejante al colorido de un cielo estival. Y mientras mas avanzaba, más amplia y mas brillante era la luz que me envolvía. Sentíala penetrar por cada poro de mi cutis, y, al observar mis manos, las vi transparentes en medio de aquellos finos rayos luminosos. En seguida, cobrando valor, eche atrás mi velo, y respiré en medio de aquel resplandor como se respira al aire libre. Tan liviano sentía mi cuerpo que me parecía flotar en vez de andar. Las brillantes llamas se convirtieron pronto en hermosas flores y hojas que se arqueaban sobre mi cabeza como ramas de frondosos árboles. Luego divisé a Io lejos una figura como de ángel que me esperaba con ojos vigilantes y con los brazos extendidos. Aunque esta visión duro solo un momento, alcance a darme cuenta de lo que ella significaba. Continué mi marcha con creciente empeño, deseosa de alcanzar al compañero de mi alma quien me esperaba con tierna paciencia. La luz en torno mío se convirtió luego en ondas de intenso brillo que se precipitaron sobre mi como olas del mar, y me deje llevar por ellas sin saber a dónde. De súbito, vi una elevada columna de fuego que parecía interceptar mi camino. Detúveme por un momento, y ob­servé que dicha columna se dividió en dos partes para formar la Cruz y la Estrella. En extremo maravillada, miré hacia arriba; sus resplandecientes rayos parecían penetrar mis ojos, mi cerebro, mi propia alma! En aturdida confusión, me lancé hacia adelante, exclamando: 
Alguien me tomó en sus brazos; alguien me estrechó en su pecho, manteniéndome así como si yo hubiera sido la más cara posesión de su vida, y una voz infinitamente tierna exclamó, querida mía! ¡Mía al cabo, y mía para siempre, en triunfo, en victoria, en felicidad perfecta!». 
Y entonces me di cuenta de que había encontrado a mi amor; que era el propio Rafael Santóris quien así me tenía en estrecho abrazo; que yo había cumplido mi deseo de probar mi fe; que había ganado todo lo que me era menester en este mundo y en el venidero, y que nada podría separar nuevamente nuestras almas. 

* * *

Escribo estas últimas palabras sobre el puente del Dream, al lado de Rafael. El sol se está poniendo majestuosamente en medio de un resplandor rojizo. Vamos a anclar en aguas tranquilas. Una luz rosada ilumina nuestras blancas velas que luego serán plegadas; y nosotros, Rafael y yo, nos sentamos juntos, y vemos a la noche extender en torno nuestro su tenue y obscuro crespón. Unas tras otras, aparecen las estrellas en el firmamento como diamantes bordados en terciopelo de negro color púrpura; escuchamos el gentil murmullo de las olas que rompen al pie de un rocoso promontorio en la ola ya lejana, y la noche pondrá término a un día de paz y felicidad, uno de esos hermosos días que, como procesión de ángeles, nos traen una nueva y cada vez mas perfecta dicha! 
Ha transcurrido más de un año desde mi «Noviciado» en el Castillo de Asélzion, desde que nosotros, Rafael y yo, nos arrodillamos delante del Señor para recibir su bendición en nuestra unión perfecta. En ese breve tiempo he perdido todos mis amigos y conocidos mundanos, quienes, puedo decirlo, han llegado a sentirse temerosos de mí porque poseo todo lo que el mundo puede darme, sin su consejo y sin su ayuda, y no solo temerosos sino ofendidos por cuanto he encontrado al compañero de mi alma a quien ellos desconocen en absoluto. Me consideran «perdida para la sociedad», y no pueden imaginarse que mi pérdida es una verdadera ganancia.
Mientras tanto, Rafael y yo, vivimos nuestra radiante y felíz vida en amplia posesión de todo aquello que convierte la existencia en hermosa y apacible, sin desear cosa alguna que nuestras propias fuerzas secretas no puedan suministrarnos.
La riqueza es nuestra, uno de los mas pequeños dones que la Naturaleza otorga a aquellos de sus hijos que saben donde encontrar sus inagotables tesoros; y gozamos también de la perfecta salud que acompaña siempre a la constante afluencia de una inextinguible vitalidad. Ciertos actos que conseguimos realizar pueden parecer "miIagros" para los demás, de manera que aún cuando aceptan ayuda y beneficio de nuestra parte, ellos fruncen el entrecejo y mueven sus cabezas ante la actitud que asumimos en cuanto a las hipocresías y convencionalismos sociales; pero, no obstante, podemos crear tales «influencias» en torno nuestro, que nadie llega cerca de nosotros sin sentirse mas fuerte, mejor y mas contento, y este es el máximum que se nos permite hacer en favor de nuestros
semejantes, ya que ninguno quiere oír razones ni seguir consejos. La mas fervorosa alma que haya vivido en humana forma no puede conducir a otra alma por el camino de la vida eterna y de la felicidad eterna si esta última rehusa seguida. Y es una verdad absoluta la de que cada hombre y cada mujer se forma su propio destino, tanto en esta como en la otra vida. Esta verdad es una ley inmutable que jamás puede experimentar la mas ligera variación. No existe el perdón de los pecados, pues cada infracción de la ley moral lleva en si su propio castigo. No hay necesidad de plegarias, desde que cada justa aspiración del alma le es concedida sin pedirla. De lo que hay necesidad, y mucha, es de alabar a Dios y darle las gracias, ya que el alma vive y se perfecciona en la magnificencia de su Creador.
Todo el secreto de la Vida Eterna y de la Felicidad Eterna esta contenido en la amplia posesión y control del Divino Centro de nosotros mismos, de esta llama viva que habita en nuestras almas y que debe ser DUAL para que sea perfecta, y que, una vez perfeccionada, constituye una fuerza eterna que nada puede resistir ni nada puede destruir. Toda la Naturaleza armoniza con su acción, y de la propia Naturaleza extrae su creciente energía y su perpetua subsistencia. 
Para Rafael y para mi el mundo es un jardín del Paraíso, lleno de encantadora belleza. Vivimos en el como una parte de su encanto. Aprovechamos para nuestros propios organismos el calor de la luz solar, el brillo de sus diversos matices, el dulce canto de las aves, la fragancia de las flores y las exquisitas vibraciones del aire y de la luz. Nuestras vidas suenan como dos notas armónicas en el teclado del Infinito, y sabemos que esa armonía será más dulce y más perfecta a medida que avance la eternidad.
Si alguien me preguntara acerca de la necesidad de experimentar las pruebas psíquicas a que me sometió Asélzion, yo le respondería: ¡Observad el mundo, y decidme francamente si las costumbres de los seres humanos son adecuadas para engendrar felicidad! ¡Fijaos en la sociedad; fijaos en la política; fijaos en el comercio, y veréis en todas partes meros designios de provecho egoísta! Y mas que todo, mirad la impostura de la moderna religión.
¿No constituye ella muy a menudo una mera blasfemia y una afrenta a la Majestad Divina? Y estos errores contra la Naturaleza, estas ofensas contra la Ley eterna, no son el resultado de la propia "influencia" del hombre que se ejerce en oposición a los mandatos de Dios que el desobedece aun cuando reconoce que ellos existen?
El punto principal de la enseñanza de Asélzion es la prueba del cerebro y del alma contra las «influencias», las opositoras influencias de los demás, las cuales constituyen el principal impedimento de todo progreso espiritual. El cobarde sentimiento del miedo nace mediante la influencia de personas timoratas, y es generalmente el miedo del "que dirán" o "que pensarán" lo que nos retrae de llevar a efecto muchas nobles acciones. Es ya del todo sabido que las influencias extrañas son el mas poderoso obstáculo en el eterno perfeccionamiento de nuestras almas; pero nada debe importarnos lo que otros digan o piensen si el altar de nuestra propia espiritualidad se mantiene libre e inmaculado para que en el brille la llama DUAL del amor y de la vida. 
No me importa que alguien rechace mis creencias; ni perderé mi felicidad al saber que personas que viven en planos inferiores me consideren una insana por el hecho de elegir una existencia más elevada. Bástame experimentar la muy grata satisfacción de que en un siglo tan egoísta y material como el en que vivimos tiene todavía Asélzion sus adherentes y discípulos; un puñado de hombres, es cierto, pero suficiente para sostener la hermosa verdad de que las potencias del alma pueden manifestarse en forma útil y provechosa. 
Para quienes han estudiado las enseñanzas de Asélzion y las han dominado suficientemente a fin de practicarlas en el camino de la vida, ésta se les presenta como un constante manantial de dicha, y les ofrece diarias pruebas de que la muerte no existe. La juventud se mantiene donde hay amor, y la belleza se nutre con la salud y la consiguiente vitalidad. La decadencia y la destrucción son cambios que nacen de la apatía de la voluntad y del desconocimiento de las facultades del alma; y la misma ley que concede al alma su soberanía suprema, trabaja por libertarla de las substancias estériles, gastadas e inactivas. A quienes me pregunten como puedo mantener y guardar los tesoros de la vida, del amor y de la juventud que la mayor parte del género humano esta perdiendo para siempre, les contestaré que no puedo decir mas que lo que he dicho, y que la lección que todos deben aprender esta contenida en lo que he escrito. Es infructuoso discutir con quienes ningún argumento puede convencer, o procurar enseñar a quienes no desean recibir lecciones. Nosotros, Rafael y yo, en virtud de la manera en que vivimos nuestra existencia, podemos probar la efectividad del absoluto dominio del alma sobre todas las fuerzas elementales, materiales y espirituales. Todo cuanto habemos menester para nuestro perfeccionamiento se nos otorga con solo pedirlo. La ciencia nos sirve como lámpara de Aladino, proporcionándonos todas las dichas imaginables. 
Para nosotros el amor, considerado por muchos seres humanos como la mas variable y transitoria de las emociones, es el principio mismo de la vida, la esencia misma de las ondulaciones etéreas que ayudan a nuestra existencia. Todos pueden alcanzar una felicidad semejante a la nuestra; pero no hay sino un medio de alcanzarla, y la clave de este medio se encuentra en el alma del individuo. Cada cual debe encontrarla y ponerla en práctica, sin preocuparse de las "influencias" que puedan ejercerse a fin de impedir su acción. Cada uno debe descubrir el equilibrio central de sus fuerzas vitales y adherir firmemente a él. Este equilibrio determina la criatura inmortal de cada ser, cuyo destino es realizar eterno progreso y perfeccionamiento a través de interminables faces de vida, amor y belleza; y una vez conocida y aceptada la efectiva existencia de este centro inmortal, nos daremos cuenta de que con el todas las cosas son posibles, salvo el cambio que llaman "muerte". Irradiando hacia afuera, puede conservar indefinidamente la salud y la juventud del cuerpo en que habita, hasta que en virtud de su propio deseo busque un más elevado plano de acción. Irradiando interiormente, constituye una irresistible fuerza atractiva que conduce hacia sí las potencias y virtudes del planeta en que habita, y que somete a su voluntad y mandato todas las fuerzas visibles e invisibles de la Naturaleza. Ésta es una de aquellas grandes verdades que el mundo niega, pero que esta destinado a conocer en lo futuro.

FIN

del libro El Castillo de Asélzion
de Marie Corelli

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