miércoles, 27 de enero de 2016

El Ego Y La Humildad


 

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Prosiguiendo con los estudios sobre el desarrollo personal, anexo se comparte corta pero interesante exposición sobre El Ego Y La Humildad; de Ralph M. Lewis, quien básicamente nos enseña:

1.- La imperiosa necesidad del conocimiento de sí, para lograr enfocar la atención mental en laluz interna del Espíritu (El Alma); con el objeto de alcanzar pensarsentirpercibir y actuar con un verdadero amor consciente.

2.- El amor consciente permite que la luz del Alma interpenetre toda la personalidad; lo que a larga estimulará la depuración de todos los cuerpos, transmutando mediante la conscienciadebilidades y vicios en fortalezas y virtudes.

3.- Y entre las transmutaciones que hace el Ego; a través de la luz del Alma en la personalidad, está convertir la soberbia en humildad.

Cordiales saludos:


Jorge E. Morales H.

PD: Todas las palabras subrayadas tienen su vínculo aclaratorio en Web. Si buscas espacio seguro y amplio en la NUBE; para guardar, manejar, ver y utilizar en cualquier parte fotos, videos y archivos personales, se recomienda encontrarlo en los siguientes sitios: 123 y 4.


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CAPÍTULO III LA POBLACIÓN DEL CAMPO

1. EL ÉXODO DE LAS MÓNADAS

Ya dispuesto el quíntuple campo y completos los cinco planos con sus correspondientes siete subplanos cada uno en cuanto se refiere a su primaria constitución, comienza la Actividad del segando Logos, el constructor y conservador de las formas. Se denomina su actividad la segunda oleada de vida, el flujo de Sabiduría y Amor. La Sabiduría es la directora fuerza necesaria para la organización y evolución de las formas. El Amor es la atrayente fuerza necesaria para mantener las formas cohesionadas en estables aunque complejos conjuntos. Al fluir esta caudalosa corriente de la vida del Logos por el quíntuple campo de manifestación, pone en actividad las mónadas, las unidades de conciencia dispuestas a comenzar su evolución y a revestirse de materia. Sin embargo, en vez de decir que las mónadas emprenden la marcha, fuera más propio decir que emiten sus rayos de vida, pues permanecen perpetuamente “en el seno del Padre” mientras sus rayos vitales se sumen en el océano de la materia, donde se apropian los materiales necesarios para dinamizarse en el universo. Han de asimilarse la materia, hacerla plástica y modelarla en apropiados vehículos. Blavatsky ha descrito esta radiación de las mónadas en gráficas alegorías de simbolismo mucho más expresivo que el significado literal de las palabras.

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Tan pronto como el triángulo primordial se refleja en el “Hombre celeste”, el superior de los siete superiores, desaparece y se restituye a las tinieblas y el silencio. Y el paradigmático hombre astral cuya monada (Atmâ) está asimismo representada por un triangulo, porque convertido en un ternario en conscientes intervalos devachánicos1.


El triángulo primordial o la trifácea Mónada de Voluntad. Sabiduría y Actividad se “refleja” en el “Hombre celeste” en forma de Ahná-Buddhi-Manas y se “restituye al silencio y las tinieblas”. Atmâ2 ha de convertirse en ternaria y trifácea unidad por asimilación de Buddhi y Manas. La palabra “reflejo” requiere que se explique su significado. En general se emplea para designar una fuerza que manifestada en un plano superior se manifiesta asimismo en otro inferior condicionada por materia más grosera, de modo que pierde algo de su efectiva energía y por consiguiente es más débil su manifestación. En el caso que nos ocupa, al decir que la mónada se refleja, significamos que un rayo de su vida fluye y toma por vaso para contenerlo un átomo de cada uno de los tres planos superiores (tercero, cuarto y quinto) del quíntuple campo, determinando así el “Hombre celeste” el “Viviente e inmortal Gobernador” el Peregrino que ha de evolucionar y para cuya evolución fue puesto el sistema en existencia.

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De la propia manera que las vibraciones del Sol emiten materia en las vibraciones que llamamos rayos y manifiestan calor, electricidad, luz y otras energías, así la mónada pone en vibración la materia atómica de los planos átmico, búdico y manásico (que la rodean como el éter del espacio rodea al Sol) y se convierte en un rayo trino a semejanza de su trina naturaleza. En esta operación la ayudan los devas de un precedente universo que un tiempo pasaron por la misma experiencia. Estos devas guían la onda vibratoria del aspecto Voluntad al átmico que puesto así en vibración se llama Atmâ. También gafan la onda vibratoria del aspecto Sabiduría al átomo búdico, que puesto así en vibración se flama Buddhi. Igualmente gafan la onda vibratoria del aspecto Actividad al átomo manásico que puesto así en vibración se llama Manas.


De esta suerte se forma Atmá-Buddhi-Manas o lea la mónada en el mundo de manifestación, el rayo de la mónada que penetra en el quíntuplo universo. Tal es el misterio del Vigilante, del Espectador, el inactivo Ataña que siempre mora con su trina naturaleza en su propio plano aunque vive en el mundo de los hombres por medio del rayo que anima sus sombras, las pasajeras vidas terrenas. Las sombras actúan en los planos interiores y las mueve la mónada por medio de su imagen o rayo; al principio tan débilmente que su influencia es casi imperceptible, y más tarde con cada vez mayor fuerza3.

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Atmá-Buddhi-Manas es el Hombre celeste, el Hombre espiritual, la expresión de la mónada cuyo aspecto de Voluntad se refleja en Atmá, el de Sabiduría en Buddhi y el de Actividad en Manas. Así podemos considerar el Atmá humano como el aspecto de Voluntad de la mónada que anima un átomo akásico; el Buddhi humano como el aspecto de Sabiduría que anima un átomo aéreo (llama divina); y el Manas humano como el aspecto de Actividad que anima un átomo ígneo. De tal suerte, en Atmá-Buddhi-Manas, la Tríada espiritual u Hombre celeste, tenemos los tres aspectos o energías de la mónada que incorporada en la materia atómica constituye el “espíritu” del hombre, el Jivâtmâ o Ser-Vida, el Yo separado4. Es el espíritu germinal y en su tercer aspecto el “Ego infantil”, de naturaleza idéntica a la mónada, o mejor dicho, es la misma mónada, aunque con menor energía y actividad por los velos de materia que la envuelven. Esta disminución de su poder no quebranta la identidad de naturaleza. Hemos de recordar que la conciencia humana es una unidad, si bien varía en sus manifestaciones, resultantes del mayor o menor predominio de uno u otro de sus aspectos y de la relativa densidad de la materia en que actúa dicho aspecto. De éste modo condicionadas, varían sus manifestaciones, pero la mónada es en sí misma siempre una. Por lo tanto, la porción de conciencia de la mónada capaz de manifestarse en un quíntuplo universo, penetra desde un principio en la materia superior de este universo incorporándose en un átomo de cada uno de los tres planos superiores. La mónada comienza su obra al irradiar y apropiarse dichos átomos para su uso. En su peculiar y sutil naturaleza no puede descender del plano Anupâdaka y así decimos que permanece in-manifestada en “silencio y tinieblas; pero vive y actúa en los tres átomos apropiados que forman la vestidura de su vida en los planos inmediatos al suyo propio. Esta Tríada espiritual, Atmá-Buddhi-Manas, el Jivâtmâ, según suele denominarse, es a manera de
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germen o simiente de Vida divina que contiene las potencialidades de su padre la mónada para actualizarlas en poderes durante el curso de la evolución. Tal es la “humanidad del divino Hijo del primer Logos” animado por la “divinidad”, la mónada. Verdaderamente es un misterio, aunque repetido en diversidad de formas en nuestro rededor. La naturaleza de la mónada que era libre en la sutilísima materia de su peculiar plano, queda aprisionada en la materia densa y la fuerza de su conciencia no puede actuar en su obcecante velo. Por lo tanto, es allí un germen, un embrión impotente, desvalida e inconsciente, mientras que la mónada en su peculiar plano es poderosa, consciente y capaz en cuanto a su vida interna se refiere. En su propio plano es la mónada en la eternidad; reflejada en la materia es la mónada en el tiempo y el espacio. La mónada eterna ha de limitarse en la mónada temporal, cuya embrionaria vida se desenvolverá en un ser complejo que será la expresión de la mónada eterna en cada plano del universo. Aunque omnipotente por esencia en su propio y sutil plano, al revestirse de materia queda impotente, aprisionada, desvalija e incapaz de transmitir y recibir vibraciones; pero poco a poco irá dominando la materia que en un principio le esclavizara, y lenta y seguramente la modelará para manifestarse en ella. En esta labor la vigila y auxilia el segundo Logos, sustentador y conservador de todas las cosas, basta que pueda vivir en la materia tan plenamente como vivió en su peculiar plano y llegue a ser a su vez un Logos creador que emane de sí un universo. El poder de crear un universo se adquiere tan solo según la SABIDURÍA, envolviendo en el Yo todo cuanto más tarde desenvolverá. Un Logos no crea nada de la nada, sino que todo lo desenvuelve de Sí mismo; y de las pruebas y experiencias por que añora estamos pasando, entresacamos los materiales de que en el porvenir podremos construir un sistema. Podemos representar la acción con el modo siguiente:


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Pero la Tríada espiritual, el Jivâtmâ, la mónada en el quíntuple universo, no puede actuar desde luego autonómicamente ni es todavía capaz de acumular en su torno 
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agregaciones de materia, sino que ha de limitarse a morar en su atómica vestidura. La vida del segundo Logos es entonces para la mónada lo que para el embrión el útero de la madre, en donde se inicia la forma. Verdaderamente esta etapa de evolución en que el Logos modela, nutre y desenvuelve la germinante vida ontológica del hombre celeste, o mejor dicho, del embrión celeste, puede compararse al período intrauterino del ser humano durante el cual va lentamente adquiriendo un cuerpo que nutren entretanto las corrientes vitales de la madre de cuya substancia se forma. Así el Jivâtmâ, que incluye la vida de la mónada, ha de esperar la formación de su cuerpo en los planos inferiores para salir de la vida embrionaria y nacer a la manifestación. El nacimiento ocurre una vez formado el cuerpo causal, cuando el hombre celeste se manifiesta como Ego infantil, como individualidad encarnada corporalmente en el plano físico. Si reflexionamos algún tanto echaremos de ver la estrecha analogía entre la evolución del Peregrino y cada uno de los sucesivos renacimientos. En el primer caso las espirituales tríadas esperan colectivamente la construcción sistemática del cuaternario. En el segundo caso el Jivâtmâ espera la formación del cuerpo físico que -se está construyendo para su morada. Mientras no queda dispuesto el vehículo en el plano ínfimo, todo se contrae a preparativos de evolución o por mejor decir involución. La evolución de la conciencia ha de iniciarse mediante contactos recibidos por más externo vehículo, esto es que debe comenzar en el plano físico. El Ego sólo puede tener conciencia del mundo exterior por toques experimentados en su envoltura externa, pues hasta entonces dormita ligeramente, mientras las vibraciones siempre titilantes de la mónada determinan en el Jivâtmâ leves impulsos hacia el exterior, a manera de corriente de aguas subterráneas ganosas de alumbramiento.



1. La Doctrina Secreta, tomo III.
2. Llamada también la mónada del hombre inferior o astral.
3. Genealogía del hombre, Págs. 33 y 34, ed. española; ligeramente modificado, pues en la obra se refiere al pasaje tan sólo a la cuarta cadena.

4. También se llama jivâtmâ a la monada, aunque más comúnmente se aplica éste denominación a su reflejo.

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