ROSA-CRUZ Y ROSACRUCIANOS
Capítulo XXXVIII
Puesto que nos hemos visto
conducidos a hablar de los Rosa-Cruz, quizá no sea inútil, aunque este tema se
relacione con un caso particular más bien que con la iniciación en general,
añadir algunas precisiones, ya que el nombre de Rosa-Cruz es, en nuestros días,
empleado de una manera vaga y a menudo abusiva, y aplicado indistintamente a
los personajes más diferentes, de entre los cuales muy pocos, sin duda,
tendrían realmente derecho a ello. Con objeto de evitar todas estas
confusiones, parece que lo mejor sería establecer una distinción clara entre
Rosa-Cruz y Rosacrucianos, pudiendo este último término recibir sin ningún
inconveniente mayor extensión que el primero; y es probable que la mayoría de
los pretendidos Rosa-Cruz, comúnmente llamados así, no fueran realmente sino
Rosacrucianos. Para comprender la utilidad y la importancia de esta distinción,
es preciso en primer lugar recordar que, como ya hemos dicho hace un momento,
los verdaderos Rosa-Cruz jamás han constituido una organización con formas
exteriores definidas, y no obstante ha habido, a partir de los inicios del
siglo XVII al menos, numerosas organizaciones a las que se puede calificar de
Rosacrucianas (1), lo cual no quiere decir en absoluto que sus miembros fueran
Rosa-Cruz; se puede incluso estar seguro de que no lo eran, y esto por el único
hecho de que formaran parte de tales asociaciones, lo que a primera vista puede
parecer paradójico e incluso contradictorio, pero que es no obstante fácilmente
comprensible después de las consideraciones anteriormente expuestas.
La distinción que
indicamos está lejos de reducirse a una simple cuestión de terminología, y se
relaciona en realidad con algo que es de un orden mucho más profundo, puesto
que el término de Rosa-Cruz es propiamente, como hemos explicado, la
designación de un grado iniciático efectivo, es decir, de un determinado estado
espiritual, cuya posesión, evidentemente, no está unida de manera necesaria al
hecho de pertenecer a cierta organización definida. Lo que representa es lo que
se puede llamar la perfección del estado humano, pues el propio símbolo de la
Rosa-Cruz figura, por los dos elementos de los que está compuesto, la
reintegración del ser en el centro de este estado y la plena expansión de sus
posibilidades individuales a partir de este centro; indica entonces muy
exactamente la restauración del “estado primordial”, o, lo que viene a ser lo
mismo, el término de la iniciación en los “Pequeños Misterios”. Por otro lado,
desde el punto de vista al que podemos llamar “histórico”, es preciso tener en
cuenta el hecho de que esta denominación de Rosa-Cruz, unida expresamente al
uso de cierto simbolismo, no ha sido empleada más que en ciertas circunstancias
determinadas de tiempo y lugar, fuera de las cuales sería ilegítimo aplicarla;
se podría decir que aquellos que poseían el grado del cual se trata han
aparecido como Rosa-Cruz solamente en estas circunstancias y por razones
contingentes, al igual que han podido, en otras circunstancias, aparecer bajo
otros nombres y otros aspectos. Esto, por supuesto, no significa que el símbolo
al cual este nombre se refiere no pueda ser mucho más antiguo que el empleo que
se le ha dado, e incluso, como para todo símbolo verdaderamente tradicional,
sería sin duda completamente vano buscarle un origen definido. Lo que queremos
decir es solamente que el nombre extraído del símbolo no ha sido aplicado a un
grado iniciático más que a partir del siglo XIV, y, además, únicamente en el
mundo occidental; no se aplica entonces sino en relación con cierta forma
tradicional, la del esoterismo cristiano, o, más precisamente, la del
hermetismo cristiano; volveremos más adelante sobre lo que es preciso entender
exactamente por el término “hermetismo”.
Lo que acabamos de decir
está indicado por la propia leyenda de Christian Rosenkreutz, cuyo nombre es
por lo demás puramente simbólico, y en quien es dudoso que deba verse un
personaje histórico, como algunos han afirmado, pues más bien aparece como la
representación de lo que puede llamarse una “entidad colectiva” (2). El sentido
general de la “leyenda” de este supuesto fundador, y en particular de los
viajes que le son atribuidos (3), parece ser el
de que, tras la destrucción de la Orden del Temple, los iniciados del
esoterismo cristiano se reorganizaron, de acuerdo con los iniciados del
esoterismo islámico, para mantener, en la medida de lo posible, el lazo que aparentemente había sido
roto a causa de esta destrucción; pero esta reorganización debió hacerse en una
forma más oculta, invisible en cierto modo, y sin tomar su punto de apoyo en
una institución exteriormente conocida que, como tal, habría podido ser destruida
una vez más (4). Los verdaderos Rosa-Cruz fueron propiamente los inspiradores
de esta reorganización, o, si se desea, fueron los poseedores del grado
iniciático del cual hemos hablado, considerados especialmente en tanto que
desempeñaron este papel, que se continuó hasta el momento en que, después de
otros acontecimientos históricos, el lazo tradicional de que se trata fue
definitivamente roto para el mundo occidental, lo cual se produjo en el curso
del siglo XVII (5). Se dice que los Rosa-Cruz se retiraron entonces a Oriente,
lo que significa que no hubo a partir de ese momento en Occidente ninguna
iniciación que permitiera alcanzar efectivamente este grado, y también que la
acción que se había ejercido hasta entonces para la conservación de la enseñanza
tradicional correspondiente dejó de manifestarse, al menos de forma regular y
normal (6).
En cuanto a saber quiénes
fueron los verdaderos Rosa-Cruz, y afirmar con certeza si tal o cual personaje
fue uno de ellos, parece completamente imposible, debido al hecho de que se
trata esencialmente de un estado espiritual, luego puramente interior, del cual
sería muy imprudente querer juzgar por cualquier signo exterior. Además, en
razón de la naturaleza de su papel, estos Rosa-Cruz no han podido, como tales,
dejar ninguna huella visible en la historia profana, de manera que, incluso
aunque sus nombres pudieran ser conocidos, no dirían sin duda nada a nadie; a
este respecto, volveremos por otra parte a lo que ya hemos dicho acerca de los
cambios de nombre, y que explica suficientemente aquello que puede ser en
realidad. En cuanto a los personajes cuyos nombres son conocidos, especialmente
como autores de tal o cual escrito, y que son designados comúnmente como
Rosa-Cruz, lo más probable es que, en muchos casos, fueran influenciados o
inspirados más o menos directamente por los Rosa-Cruz, a los cuales sirvieron
en cierto modo de portavoces (7), lo que expresaremos diciendo que fueron
solamente Rosacrucianos, hayan o no pertenecido a cualquiera de las agrupaciones
a las que puede darse la misma denominación. Por el contrario, si se descubre
excepcional y como accidentalmente que un verdadero Rosa-Cruz haya desempeñado
un papel en los acontecimientos exteriores, sería en cierto modo a pesar de su
calidad más bien que a causa de ella, y entonces los historiadores pueden estar
muy lejos de suponer esta calidad, pues de tal manera ambas cosas pertenecen a
dominios diferentes. Todo ello, con seguridad, es poco satisfactorio para los
curiosos, pero deben resignarse; muchas cosas escapan a los medios de la
investigación de la historia profana, que forzosamente, por su naturaleza, nos
permiten captar nada más que lo que puede llamarse el “exterior” de los
acontecimientos.
Todavía es necesario
añadir otra razón por la cual los verdaderos Rosa-Cruz permanecen siendo
siempre desconocidos: es que ninguno de ellos puede jamás afirmarse como tal,
al igual que, en la iniciación islámica, ningún auténtico Çûfî puede
vanagloriarse de este título. hay aquí incluso una similitud que es
particularmente interesante señalar, aunque, a decir verdad, no hay
equivalencia entre ambas denominaciones, pues lo que en la palabra Çûfî
está implicado es en realidad de un orden más elevado que lo que indica la de
Rosa-Cruz y se refiere a posibilidades que sobrepasan a las del estado humano,
incluso considerado en su perfección; debería, con todo rigor, estar reservada
exclusivamente al ser que ha llegado a la realización de la “Identidad
Suprema”, es decir, al fin último de toda iniciación (8); pero es evidente que
tal ser posee a fortiori el grado que hace al Rosa-Cruz y puede, si ha
lugar, cumplir las funciones correspondientes. Comúnmente se hace por lo demás
el mismo abuso con la palabra Çûfî que con la de Rosa-Cruz, llegando a
aplicarla a veces a aquellos que solamente están sobre la vía que conduce a la
iniciación efectiva, sin haber alcanzado aún
ni siquiera los primeros grados de ésta; y puede notarse con este
propósito que semejante extensión ilegítima es dada no menos usualmente a la
palabra Yogî en lo que concierne a la tradición hindú, si bien esta
palabra, que también designa propiamente a aquel que ha alcanzado el objetivo
supremo, y que es el exacto equivalente de Çûfî, llega a ser aplicada a
quienes no están aún sino en los estadios preliminares e incluso en la
preparación más exterior. No solamente en tal caso, sino también para quien ha
llegado a los grados más elevados, sin no obstante haber alcanzado el término
final, la denominación que conviene propiamente es la de mutaçawwuf; y,
como el Çûfî no está marcado por ninguna distinción exterior, esta
denominación será también la única que podrá tomar o aceptar, no en virtud de
consideraciones puramente humanas como la prudencia o la humildad, sino porque
su estado espiritual constituye verdaderamente un secreto incomunicable (9).
Una distinción análoga a esta, en un orden más restringido (puesto que no
sobrepasa los límites del estado humano) es la que se puede expresar con los
términos Rosa-Cruz y Rosacruciano, pudiendo este último designar a todo
aspirante al estado de Rosa-Cruz, sea cual sea el grado que haya alcanzado
efectivamente, incluso aunque todavía no haya recibido más que una iniciación
simplemente virtual en la forma en la cual esta designación conviene
propiamente de hecho. Por otra parte, se puede deducir de lo que acabamos de
decir una especie de criterio negativo, en el sentido en que, si alguien se
declara a sí mismo Rosacruz o çûfî, se puede entonces afirmar, sin tener
necesidad de examinar las cosas más a fondo, que ciertamente no lo es en
realidad.
Otro criterio negativo
resulta del hecho de que los Rosa-Cruz no se unieron jamás a ninguna
organización exterior; si alguien es conocido como habiendo sido miembro de una
organización tal, puede entonces afirmarse que, al menos en tanto formó parte
activamente, no fue un verdadero Rosacruz. Es de señalar además que las
organizaciones de este género no llevaron el título de Rosa-Cruz sino muy
tardíamente, puesto que no se las ve aparecer así, como dijimos antes, sino hasta
el siglo XVII, es decir, poco antes del momento en que los verdaderos Rosa-Cruz
se retiraron de Occidente; y es además visible, por muchos indicios, que
quienes se dieron entonces a conocer bajo este título estaban ya más o menos
desviados, o, en todo caso, muy alejados de la fuente original. Con mayor razón
ocurre para las organizaciones que se constituyeron aún más tarde bajo el mismo
nombre, y de las cuales la mayor parte no habrían podido sin duda reclamar para
ellas, con respecto a los Rosa-Cruz, ninguna filiación auténtica y regular, por
indirecta que fuera (10); y no hablamos, por supuesto, de las múltiples
formaciones pseudo-iniciáticas contemporáneas que no tienen de Rosa-Cruz sino
el nombre usurpado, no poseyendo ninguna traza de una doctrina tradicional
cualquiera, y habiendo simplemente adoptado, por una iniciativa totalmente
individual de sus fundadores, un símbolo al que cada uno interpreta según su
propia fantasía, a falta de conocer su verdadero sentido, que escapa tan
completamente a estos pretendidos Rosacrucianos como al primer profano que
aparezca.
Todavía hay un punto sobre
el cual debemos regresar para una mayor precisión: hemos dicho que debió haber,
en el origen del Rosacrucismo, una colaboración entre los iniciados de los
esoterismos cristiano e islámico; esta colaboración debió además continuarse
seguidamente, puesto que se trataba en definitiva de conservar el lazo entre
las iniciaciones de Oriente y de Occidente. Iremos incluso más lejos: los
mismos personajes, ya provengan del Cristianismo, ya del Islam, han podido, si
han vivido en Oriente y en Occidente, (y las constantes alusiones a sus viajes,
dejando aparte todo simbolismo, hace pensar que éste debió ser el caso de
muchos de ellos) ser a la vez Rosa-Cruz y Çûfîs (o mutaçawwufîn
de grados superiores), implicando el estado espiritual que habían alcanzado que
estaban más allá de las diferencias que existen entre las formas exteriores, y
que no afectan en nada a la unidad esencial y fundamental de la doctrina
tradicional. Por supuesto, no deja de ser conveniente mantener, entre Taçawwuf
y Rosacrucismo, la distinción entre dos formas diferentes de enseñanza
tradicional; y los Rosacrucianos, discípulos más o menos directos de los
Rosa-Cruz, son únicamente aquellos que siguen la vía especial del hermetismo
cristiano; pero no puede haber ninguna organización iniciática plenamente digna
de este nombre y que posea la conciencia efectiva de su objetivo que no tenga,
en la cúspide de su jerarquía, seres que hayan superado la diversidad de las
apariencias formales. Estos podrán, según las circunstancias, mostrarse como
Rosacrucianos, como mutaçawwufîn, o con cualquier otro aspecto; son
verdaderamente el lazo viviente entre todas las tradiciones, porque, debido a
su conciencia de la unidad, participan efectivamente de la gran Tradición
primordial, de la cual todas las demás han derivado por adaptación a los
tiempos y los lugares, y que es una como la Verdad misma.
NOTAS:
(1). Es a una organización de este género a la que
pertenecía especialmente Leibnitz; hemos hablado en otro lugar de la
inspiración manifiestamente rosacruciana de algunas de sus concepciones, aunque
también hemos demostrado que no era posible considerar que hubiera recibido
algo más que una iniciación simplemente virtual, y además incompleta incluso
bajo el aspecto teórico (ver Les Principes du Calcul infinitésimal).
(2). Esta "leyenda" es en suma del mismo
género que las otras "leyendas" iniciáticas a las cuales hemos
aludido anteriormente.
(3). Recordaremos aquí la alusión que hicimos más
arriba al simbolismo iniciático del viaje; hay, por lo demás, especialmente en
conexión con el hermetismo, muchos otros viajes, como los de Nicolás Flamel,
por ejemplo, que parecen tener ante todo un significado simbólico.
(4). De ahí el nombre de "Colegio de los
Invisibles" dado a veces a la colectividad de los Rosa-Cruz.
(5). La fecha exacta de esta ruptura está indicada, en
la historia exterior de Europa, por la conclusión de los tratados de Westfalia,
que pusieron fin a lo que aún subsistía de la "Cristiandad" medieval
para sustituirla por una organización puramente "política", en el
sentido moderno y profano de la palabra.
(6). Sería inútil pretender determinar
"geográficamente" el lugar de retiro de los Rosa-Cruz; de entre todas
las aserciones que hay con respecto a este tema, la más real es ciertamente la
de que se retiraron al "reino del Preste Juan", que no es, como hemos
explicado en otro lugar (Le Roi du Monde, pp. 13-15), sino una
representación del centro espiritual supremo, donde están en efecto conservadas
en estado latente, hasta el fin del ciclo actual, todas las formas
tradicionales que, por una u otra razón, han dejado de manifestarse al
exterior.
(7). Es muy dudoso que un Rosa-Cruz haya jamás escrito
nada, y, en todo caso, no podría ser más que de una manera estrictamente
anónima, impidiéndole su propia cualidad el presentarse entonces como un simple
individuo hablando en su nombre.
(8). Es interesante indicar que la palabra Çûfî,
por el valor de las letras que la componen, equivale numéricamente a el-hikmah
el-ilahiyah, es decir, "la Sabiduría divina". La diferencia entre
el Rosa-Cruz y el Çûfî se corresponde exactamente con la que existe, en
el Taoísmo, entre el "hombre verdadero" y el "hombre
trascendente".
(9). Es éste por otra parte, en árabe, uno de los
sentidos de la palabra sirr, "secreto", en el particular
empleo que hace la terminología "técnica" del esoterismo.
(10). Probablemente fue así, en el siglo XVIII, para
organizaciones tales como la que fue conocida bajo el nombre de "Rosa-Cruz
de Oro".
Primera
versión publicada en "Le Voile d´Isis", mayo de 1931.
del libro APRECIACIONES SOBRE LA INICIACIÓN
ABD AL-WAHID YAHIA (RENÉ GUÉNON)
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