QUINTA PARTE
LAS DOS GRANDES VIRTUDES
Aquéllos que se empeñan en comprender el Sendero del Medio del Señor Buddha
habrán de deducir dos grandes virtudes, pues este Sendero es de doble esencia; y
quienes lo huellen tendrán que realizar esta tarea desarrollando, por encima de
cualesquiera otras, las virtudes de la COMPASIÓN y de la RENUNCIACIÓN.
El aspirante buddhista busca constantemente transmutar la pasión humana en divina
compasión. Comprendiendo que todas las cosas, cuando son naturalmente usadas son
buenas y que son perjudiciales cuando se las utiliza antinaturalmente, busca convertir
los deseos e inclinaciones personales antinaturales en las naturales bondad y
consideración que deberán ser siempre los rasgos distintivos de nuestra interrelación
como seres vivientes. El buddhista es adoctrinado en el sentido de servir a la vida, de
colaborar con la vida y de reconocer la vida divina en todo. Esa vida a la que sirve es
aquel invisible germen espiritual de autoconciencia que está oculto en los cuerpos
incompletos de las cosas con las cuales entra en contacto.
El estado de compasión va creciendo gradualmente en lo íntimo del ser del buddhista,
hasta que sólo vivirá para hacer el bien, sirviendo a la vida divina que ha aprendido a
reconocer en todo; abrigará la convicción de que la más grande sabiduría es la
capacidad de reconocer el bien existente en todas las cosas. Esa convicción a menudo es
destruida u obstaculizada por la ignorancia y el dolor, pero el buddhista se ha decidido a
servir a ese bien, a esa esperanza existente en todo. Podríamos definir su compasión
como amor impersonal. En lugar de centrar su afección en una sola cosa, el buddhista la
vuelca al servicio y protección de todas las cosas, y entonces se dice de él que es
compasivo y sabio. Considera a las hojas de hierba y a las piedras como sus hermanos
menores, sabiendo que a su debido tiempo, a través de la evolución, llegarán a ser
humanos, tal como él lo es actualmente, y viendo en su mudo y doloroso testimonio las
etapas de crecimiento a través de las cuales pasara su propia alma, las considera con
cariño y las asiste en sus necesidades. Luego se vuelve hacia el sol, la luna, las estrellas
y los invisibles Devas, anhelando el día en que será como ellos, refulgente luz en los
cielos. Aprende que toda forma de vida evoluciona y que servirá mejor a las cosas
cuando coopere con esa evolución. De este modo, sin malicia para con nadie y
caritativo con todo, reconociendo en toda diferenciación la presencia de la vida una en
una determinada etapa de su peregrinación, también aprende no a juzgar ni criticar a las
cosas sino simplemente a amarlas y servirlas sin egoísmo y sin reserva. Su fe le hace ver
que cuando ama a todas las cosas como propias y a las propias como a todas, las frágiles
humanas emociones ceden su lugar a mayores y divinos sentimientos. El buddhista sabe
que cuanto más impersonales son sus sentimientos más semejantes serán a los de Dios,
porque Dios ama a todas las cosas por igual y que, mientras no personifique a Dios,
creerá en Su omniprotectora presencia, que representa la culminación de la sabiduría y
de los verdaderos sentimientos. Tales fueron las enseñanzas de Su Señor de Compasión
y Maestro, y a ellas rinde reverencia.
La Segundo gran virtud que debe adquirir el buddhista es la renunciación. Debe
renunciar al yo; debe renunciar a la posesión de un yo; debe renunciar a la personalidad
y a las creaciones de la personalidad, porque todo eso son causas de dolor; todas esas
cosas ciegan los sentidos y atan la conciencia a la Rueda de la Vida. Su ideal será
apartarse totalmente del mundo material y de sus leyes hasta que, viviendo en él sólo
como una criatura física, exista tan sólo para el bien que está a su alcance realizar. Cree
que será feliz únicamente si se olvida de si mismo y que su alma no alcanzará la paz hasta que él está tan ocupado auxiliando a los demás que ya no pueda pensar en si
mismo. Cree que todos los vicios nacen de la ociosidad, todos los sufrimientos del amor
y del odio y que todos los desastres se derivan de la acumulación excesiva de bienes
materiales. Renuncia al mundo tratando de atravesar el velo de la ignorancia humana
elevándose por encima de todas las cosas que encadenan a los sentidos e insensibilizan
al alma.
Si quien ha renunciado a todas las cosas también ha renunciado a la facultad de
perderlas, ¿cómo podremos ser felices con ese sentimiento de pérdida? Pues porque no
siendo dueño de nada, no poseyendo nada, no deseando nada el hombre es el amo de
todas las cosas, porque no deseando nada es dueño de todo cuanto pudiera desear. Debe
tenerse muy en cuenta que estas concepciones buddhistas no han de ser aceptadas tan
solo intelectualmente, porque la mera aceptación intelectual de las mismas es tan útil
como un libro sobre alimentación a un hambriento. Tan sólo cuando se convierten en
realidades conscientes es que realmente cumplen con su finalidad. El hombre no puede
aprender solamente aceptando cosas sino únicamente siendo tales cosas. Como diría el
buddhista: no soy egoísta y no puedo, por tanto, ser ofendido, no me resiento porque
soy libre de pasiones y deseos; los celos no pueden hacer presa de mi porque no amo
unas cosas más que otras; como soy libre del afán de posesión no me aflige la pérdida
de algo; ni la crítica ni la gratitud me acongojan, porque sirvo a todas las cosas por amor
a ellas mismas y no con la esperanza de recompense alguna. Por todo ello, no sufro ni
tampoco soy feliz, porque la felicidad no puede existir sin el sufrimiento ni el
sufrimiento sin la felicidad. Me afirmo en el Sendero del Medio, entre ambos extremos,
y permanezco sereno, dignificado e inconmovido, pleno de una paz que sobrepasa toda
comprensión, calmo y seguro en el conocimiento de la inmortalidad, libre del tormento
de los apetitos, de las limitaciones de los sentidos, de la esclavitud de la mente, y de la
incertidumbre de la ignorancia. Tengo aquello tras lo cual se afanan los hombres: la
cesación del dolor y el despertar de la plenitud. Firme en la determinación, todo me
pertenece porque nunca lo reclamo, y no reclamándolo, nunca mi posesión me es
disputada.
*
Manly Hall – Las Enseñanzas del Glorioso Buddha
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