LAS CUATRO SIMILITUDES
Hasta fines del siglo xvi, la semejanza ha desempeñado un papel
constructivo en el saber de la cultura occidental. En gran parte, fue
ella la que guió la exégesis e interpretación de los textos; la que
organizó el juego de los símbolos, permitió el conocimiento de las
cosas visibles e invisibles, dirigió el arte de representarlas. El mundo
se enrollaba sobre sí mismo: la tierra repetía el cielo, los rostros se
reflejaban en las estrellas y la hierba ocultaba en sus tallos los secretos
que servían al hombre. La pintura imitaba el espacio. Y la representación
—ya fuera fiesta o saber— se daba como repetición:
teatro de la vida o espejo del mundo, he ahí el título de cualquier
lenguaje, su manera de anunciarse y de formular su derecho a hablar.
Es necesario que nos detengamos un poco en este momento del
tiempo en el que la semejanza va a desligarse de su pertenencia al
saber y desaparecerá, cuando menos en parte, del horizonte del conocimiento.
¿Cómo se pensaba la similitud a fines del siglo xvi o
aun a principios del xvii? ¿Cómo podía organizar las figuras del
saber? Si es verdad que las cosas que se asemejaban eran infinitas
¿podemos, cuando menos, establecer las formas según las cuales podían
llegar a ser semejantes unas a otras?
La trama semántica de la semejanza en el siglo xvi es muy rica:
Amicitia, Aequalitas (contractus, consensus, matrimonium, societas,
pax et similia), Consonantia, Concertus, Continuum, Paritas, Proporfío,
Similitudo, Conjuctio, Copula.
1
Existen, desde luego, muchas
otras nociones que se entrecruzan en la superficie del pensamiento,
se superponen, se refuerzan o se limitan. Por el momento, bastará
con indicar las figuras principales que prescriben sus articulaciones
al saber de la semejanza. Hay cuatro que son, con toda
certeza, esenciales.
Por lo pronto, la convenientia. A decir verdad, la vecindad de
los lugares se encuentra designada con más fuerza por esta palabra
que la similitud. Son "convenientes" las cosas que, acercándose una
a otra, se unen, sus bordes se tocan, sus franjas se mezclan, la extre-
1
P. Grégoire, Syntaxeon artis mirabilis, Colonia, 1610, p. 28.
midad de una traza el principio de la otra. Así, se comunica el movimiento,
las influencias y las pasiones, lo mismo que las propiedades.
De manera que aparece una semejanza en esta bisagra de las cosas.
Doble desde que se trata de aclararla: semejanza del lugar, del sitio
en el que la naturaleza ha puesto las dos cosas, por lo tanto, similitud
de propiedades; ya que en este continente natural que es el
mundo, la vecindad no es una relación exterior entre las cosas, sino
el signo de un parentesco oscuro cuando menos. Además, de este
contacto nacen por cambio nuevas semejanzas; se impone un régimen
común; a la similitud, en cuanto razón sorda de la vecindad, se
superpone una semejanza que es el efecto visible de la proximidad.
Por ejemplo, el alma y el cuerpo son dos veces convenientes: ha sido
necesario que el pecado hiciera del alma algo denso, pesado y terrestre
para que Dios la pusiera en lo más hondo de la materia. Pero,
por esta vecindad, el alma recibe los movimientos del cuerpo y se
asimila a él, en tanto que "el cuerpo se altera y se corrompe por las
pasiones del alma".2 Dentro de la amplia sintaxis del mundo, los
diferentes seres se ajustan unos a otros; la planta se comunica con
la bestia, la tierra con el mar, el hombre con todo lo que lo rodea.
La semejanza impone vecindades que, a su vez, aseguran semejanzas.
El lugar y la similitud se enmarañan: se ve musgo sobre las
conchas, plantas en la cornamenta de los ciervos, especie de hierba
sobre el rostro de los hombres; y el extraño zoófito yuxtapone, mezclándolas,
las propiedades que lo hacen semejante tanto a la planta
como al animal.3 Otros tantos signos de conveniencia.
La convenientia es una semejanza ligada al espacio en la forma
de "cerca y más cerca". Pertenece al orden de la conjunción y del
ajuste. Por ello, pertenece menos a las cosas mismas que al mundo
en el que ellas se encuentran. El mundo es la "conveniencia" universal
de las cosas; en el agua hay tantos peces como en la tierra
animales u objetos producidos por la naturaleza o por los hombres
(¿acaso no existen peces que se llaman Episcopus, otros Catena, otros
Priapus?); en el agua y en la tierra tantos seres como en el cielo, a
los cuales responden; en fin, en todo lo creado hay tantos como los
que podríamos encontrar eminentemente contenidos en Dios. "Sembrador
de la Existencia, del Poder, del Conocimiento y del Amor." *
Así, por el encadenamiento de la semejanza y del espacio, por la
fuerza de esta conveniencia que avecina lo semejante y asimila lo cercano,
el mundo forma una cadena consigo mismo. En cada punto
2 G. Porta, De humana physiognomia, 1583; trad. francesa, La Physionomie
humaine, 1655, p.
1.
3 U. Aldrovandi, Monstrorum historia, Bolonia, 1647, p. 663.
4 T. Campanella, Realis philosophia, Frankfurt, 1623, p. 98.
de contacto comienza y termina un anillo que se asemeja al anterior
y se asemeja al siguiente; y las similitudes se persiguen de circulo
en círculo, reteniendo los extremos en su distancia (Dios y la Materia),
acercándolos de manera que la voluntad del Todopoderoso
penetre hasta los rincones mas adormecidos. En un texto de su
Magia natural, Porta evoca esta cadena inmensa, tensa y vibrante,
esta cuerda de la conveniencia: "Por lo que se refiere a su vegetación,
la planta conviene con la bestia bruta y, por el sentimiento, el
animal brutal con el hombre que se conforma con el resto de los
astros por su inteligencia; este enlace procede con tanta propiedad
que parece una cuerda tendida desde la primera causa hasta las
cosas bajas e ínfimas, por un enlace recíproco y continuo; de tal
suerte que la virtud superior al expandir sus rayos vendrá al punto
en que si se toca una extremidad de ella, temblará y hará mover al
resto".5
La segunda forma de similitud es la aemulatio: una especie de
conveniencia que estaría libre de la ley del lugar y jugaría, inmóvil,
en la distancia. Un poco como si la connivencia espacial se hubiera
roto y los eslabones de la cadena, separados, reprodujeran sus círculos,
lejos unos de otros, según una semejanza sin contacto. Hay en
la emulación algo del reflejo y del espejo; por medio de ella se responden
las cosas dispersas a través del mundo. De lejos, el rostro
es el émulo del cielo y así como la mente del hombre refleja, imperfectamente,
la sabiduría de Dios, así los dos ojos, con su claridad
limitada, reflejan la gran iluminación que hacen resplandecer, en el
cielo, el sol y la luna; la boca es Venus, ya que por ella pasan los
besos y las palabras de amor; la nariz nos entrega una imagen minúscula
del cetro de Júpiter y del caduceo de Mercurio.
6
Por medio
de esta relación de emulación, las cosas pueden imitarse de un cabo
a otro del universo sin encadenamiento ni proximidad: por su reduplicación
especular, el mundo abóle la distancia que le es propia;
triunfa así sobre el lugar que le es dado a cada cosa. ¿Cuáles son los
primeros de estos reflejos que recorren el espacio? ¿Dónde está la realidad
y dónde la imagen proyectada? Con frecuencia resulta imposible
decirlo, pues la emulación es una especie de gemelidad natural
de las cosas; nace de un pliegue del ser cuyos dos lados, de inmediato,
se enfrentan. Paracelso compara este desdoblamiento fundametal
del mundo con la imagen de dos gemelos "que se asemejan
5 G. Porta, Magiae naturalis, 1589, trad. francesa, Magie naturelle. Ruán,
1650, p. 22.
6 U. Aldrovandi, Monstrorum historia, p. 3.
de modo perfecto, sin que sea posible a persona alguna decir cuál
ha dado al otro su similitud".7
Sin embargo, la emulación deja inertes, una frente a otra, las
dos figuras reflejadas que opone. Sucede que una sea la más débil
y acoja la fuerte influencia de la que se refleja en su espejo pasivo.
¿Acaso no imprimen las estrellas sobre las hierbas de la tierra, cuyo
modelo sin cambio son, la forma inalterable, y sobre las cuales les
ha sido dado verter secretamente toda la dinastía de sus influencias?
La tierra sombría es el espejo del cielo sembrado, pero en esta justa
los dos rivales no tienen un valor ni una dignidad iguales. Los claros
de la hierba reproducen, sin violencia, la forma pura del cielo: "Las
estrellas —dice Crollius— son la matriz de todas las hierbas de la
tierra y cada estrella del cielo es sólo la prefiguración espiritual de una
hierba, tal como la representa, de tal manera que cada hierba o planta
es una estrella terrestre que mira al cielo, del mismo modo que
cada estrella es una planta celeste en forma espiritual, que sólo es
diferente por su materia de las terrestres... las plantas y las hierbas
celestes se vuelven hacia el lado de la tierra y miran a las hierbas
que han procreado, insuflándoles alguna virtud particular.
Pero sucede también que la justa permanece abierta y que el tranquilo
espejo no refleja más que la imagen de "dos soldados irritados".
Ahora, la similitud se convierte en el combate de una forma contra
otra —o, mejor dicho, de una misma forma separada de sí por el
peso de la materia o la distancia de los lugares. El hombre de Paracelso
está, como el firmamento, "constelado de astros"; pero no le
está ligado como "el ladrón a las galeras, el asesino al potro, el pez
al pescador, el animal a quien le da caza". Pertenece al firmamento
del hombre el ser "libre y poderoso", "no obedecer orden alguno",
"no estar regido por ninguna de las otras criaturas". Su cielo interior
puede ser autónomo y reposar sólo en sí mismo, a condición de
que por su sabiduría, que es también saber, llegue a ser semejante
al orden del mundo, lo retome en sí y equilibre así en su firmamento
interno aquel en el que centellean las estrellas verdaderas. Así, pues,
esta sabiduría del espejo comprenderá a su vez al mundo en el que
estaba colocada; su gran anillo girará hasta el fondo del cielo y más
allá; el hombre descubrirá que él contiene "las estrellas en el interior
de sí mismo... y que lleva así al firmamento con todas sus influencias".9
7
Paracelso, Liber Paramirum, 1559; trad. francesa de Grillot de Givry, París,
1913. p. 3.
8 Crollius, Tractatus novus de signaturis rerum internis, 1608; trad.
francesa,
Traité des signatures, Lyon, 1624, p. 18.
9
Paracelso, loc. cit.
Así, pues, la emulación se da primero bajo la forma de un simple
reflejo, furtivo y lejano; recorre en silencio los espacios del mundo.
Pero la distancia que atraviesa no queda anulada por su sutil metá-fora; permanece abierta para la visibilidad. En este duelo, las dos
figuras que se enfrentan se amparan una a otra. Lo semejante comprende
a lo semejante que, a su vez, lo rodea y que quizá será de
nuevo comprendido por una duplicación que tiene el poder de proseguir
al infinito. Los anillos de emulación no forman una cadena
como los elementos de la conveniencia: son más bien círculos concéntricos,
reflejados y rivales.
La tercera forma de similitud es la analogía. Viejo concepto familiar
ya a la ciencia griega y al pensamiento medieval, pero cuyo
uso ha llegado a ser probablemente diferente. En esta analogía se
superponen la convenientia y la aemulatio. Al igual que ésta, asegura
el maravilloso enfrentamiento de las semejanzas a través del
espacio; pero habla, como aquélla, de ajustes, de ligas y de juntura.
Su poder es inmenso, pues las similitudes de las que trata no son
las visibles y macizas de las cosas mismas; basta con que sean las
semejanzas más sutiles de las relaciones. Así aligerada, puede ofrecer,
a partir de un mismo punto, un número infinito de parentescos. Por
ejemplo, la relación de los astros con el cielo en el que centellean
se encuentra de nuevo así: de la hierba a la tierra, de los vivientes
al globo que habitan, de los minerales y los diamantes a las rocas
en las que están enterrados, de los órganos de los sentidos al rostro
que animan, de las manchas de la piel al cuerpo que marcan en
secreto. Una analogía puede también volverse sobre sí misma sin ser,
por ello, impugnada. La vieja analogía de la planta y el animal (el
vegetal es un animal que está de cabeza, con la boca —o sea las
raíces— hundida en la tierra) no es criticada ni borrada por Cesalpino;
por el contrario la refuerza, la multiplica por sí misma, al descubrir
que la planta es un animal erguido, cuyos principios nutritivos
suben del fondo hacia la cima, a lo largo de un tallo que se extiende
como un cuerpo y termina en una cabeza —rama, flores, hojas: relación
inversa, pero no contradictoria, con la primera analogía que
pone "la raíz en la parte inferior de la planta, el tallo en la parte
superior, porque entre los animales, la red venosa empieza también
en la parte inferior del vientre y la vena principal sube hacia el corazón
y la cabeza".10
Tanto esta reversibilidad como esta polivalencia dan a la analogía
un campo universal de aplicación. Por medio de ella, pueden
relacionarse todas las figuras del mundo. Sin embargo, existe en este
espacio surcado en todas direcciones, un punto privilegiado: está
10 Cesalpino, De plantis libri xvi, 1583.
saturado de analogías (cada una puede encontrar allí su punto de
apoyo) y, pasando por él, las relaciones se invierten sin alterarse.
Este punto es el hombre; está en proporción con el cielo, y también
con los animales y las plantas, lo mismo que con la tierra, los metales,
las estalactitas o las tormentas. Erguido entre las faces del mundo,
tienen relación con el firmamento (su rostro es a su cuerpo lo
que la faz del cielo al éter; su pulso palpita en sus venas como los
astros circulan según sus vías propias; las siete aberturas forman en
su rostro lo que son los siete planetas del cielo); pero equilibra todas
estas relaciones y se las reencuentra, similares, en la analogía del animal
humano con la tierra en que habita: su carne es gleba; sus
huesos, rocas; sus venas, grandes ríos; su vejiga, el mar y sus siete
miembros principales, los siete metales que se ocultan en el fondo
de las minas.
11 El cuerpo del hombre es siempre la mitad posible de
un atlas universal. Sabemos que Pierre Belon trazó, hasta el más mí-
nimo detalle, la primera lámina comparativa del esqueleto humano
y el de las aves: se ve ahí "el alón llamado apéndice que está en
proporción en el ala, en lugar del pulgar de la mano; la extremidad
del alón que es como los dedos en nosotros...; los huesos dados por
patas a las aves corresponden a nuestro talón; así como nosotros tenemos
cuatro dedos menores en el pie, las aves tienen cuatro dedos,
de los cuales el de atrás se da en proporción, como el dedo gordo
en nosotros".12 Toda esta precisión sólo puede ser anatomía comparada
para quien la ve armado con los conocimientos del siglo xix.
Sucede que la reja a través de la cual dejamos llegar hasta nuestro
saber las figuras de la semejanza, corta de nuevo en este punto (y
casi sólo en él) lo que había dispuesto sobre las cosas el saber del
siglo xvi.
Pero, a decir verdad, la descripción de Belon no hace sino destacar
la positividad que la ha hecho posible en su época. No es ni
más científica ni más racional que la observación de Aldrovandi
cuando compara las partes bajas del hombre con los lugares infectos
del mundo, con el infierno, con sus tinieblas, con los condenados
que son como los excrementos del Universo;
13
pertenece a la misma
cosmografía analógica que la comparación, clásica en la época de
Crollius, entre la apoplegía y la tempestad: ésta empieza cuando el
aire se hace pesado y se agita, la crisis en el momento en el que los
pensamientos se hacen pesados, inquietos; después las nubes se hacinan,
el vientre se hincha, la tormenta estalla y la vejiga se rompe; los
rayos fulminan en tanto que los ojos brillan con un fulgor terrible,
11 Crollius, Tractatus de signaturis, trad. francesa cit., p. 88.
12 P. Belon, Histoire de la nature des oiseaux, París, 1555, p. 37.
13 Aldrovandi, Monstrorum historia, p. 4.
cae la lluvia, la boca espumea, los relámpagos se desencadenan en
tanto que los espíritus hacen estallar la piel; pero he aquí que
el tiempo aclara de nuevo y la razón se restablece en el enfermo.
14
El espacio de las analogías es, en el fondo, un espacio de irradiación.
Por todas partes, el hombre se preocupa por sí mismo; pero, a la
inversa, este mismo hombre trasmite las semejanzas que él recibe
del mundo. Es el gran foco de las proporciones —el centro en el
que vienen a apoyarse las relaciones y de donde son reflejadas de
nuevo.
Por último, la cuarta forma de semejanza queda asegurada por
el juego de las simpatías. Aquí no existe ningún camino determinado
de antemano, ninguna distancia está supuesta, ningún encadenamiento
prescrito. La simpatía juega en estado libre en las profundidades
del mundo. Recorre en un instante los más vastos espacios: del
planeta al hombre regido por él, cae la simpatía de lejos como un
rayo; por el contrarío puede nacer de un solo contacto —como "estas
rosas de duelo que servirán para las exequias", que, por su sola cercanía
a la muerte, harán que toda persona que respire su perfume
se sienta "triste y agonizante" 15 Pero su poder es tan grande que
no se contenta con surgir de un contacto único y con recorrer los
espacios; suscita el movimiento de las cosas en el mundo y provoca
los acercamientos más distantes. Es el principio de la movilidad:
atrae lo pesado, hacia la pesantez del suelo y lo ligero hacia el éter
sin peso; lleva las raíces hacia el agua y hace girar, con la curva del
sol, a la gran flor amarilla del girasol. Es más, al atraer unas cosas
hacia las otras por un movimiento exterior y visible, suscita secretamente
un movimiento interior —un desplazamiento de cualidades
que se relevan unas a otras; el fuego, por ser cálido y ligero, se eleva
en el aire hacia el cual se enderezan incansablemente sus llamas;
pero pierde su propia sequedad (que lo emparienta con la tierra) y
adquiere así una humedad (que lo liga al agua y al aire); desaparece
después en un ligero vapor, en humo blanco, en nube: se ha convertido
en aire. La simpatía es un ejemplo de lo Mismo tan fuerte
y tan apremiante que no se contenta con ser una de las formas de
lo semejante; tiene el peligroso poder de asimilar, de hacer las cosas
idénticas unas a otras, de mezclarlas, de hacerlas desaparecer en su
individualidad —así, pues, de hacerlas extrañas a lo que eran. La
simpatía transforma. Altera, pero siguiendo la dirección de lo idéntico,
de tal manera que si no se nivelara su poder, el mundo se reduciría
a un punto, a una masa homogénea, a la melancólica figura de
lo Mismo: todas sus partes tenderían unas a otras y se comunicarían
14 Crollius, Tractatus de signaturis, trad. francesa cit., p. 87.
15 C. Porta, Magiae naturalis, trad. francesa cit., p. 72.
entre sí sin ruptura ni distancia, como las cadenas de metal, suspendidas
por simpatía del atractivo de un solo imán.
19
Por ello, la simpatía es compensada por su figura gemela, la antipatía.
Ésta mantiene a las cosas en su aislamiento e impide la asimilación;
encierra cada especie en su diferencia obstinada y su propensión
a perseverar en lo que es: "Es cosa bien sabida que existe
odio entre las plantas... se dice que el olivo y la vid odian a la col;
el pepino huye del olivo... Si se sobreentiende que se cruzan por el
calor del sol y el humor de la tierra, es necesario que todo árbol
opaco y espeso sea pernicioso para los otros, lo mismo que el que
tiene mucha raíz".17 Así, hasta el infinito, a través del tiempo, los
seres del mundo se odian y mantienen su feroz apetito en contra de
toda simpatía. "La rata de la India es perniciosa para el cocodrilo,
pues Naturaleza se lo ha dado por enemigo; de tal modo que cuando
el feroz se goza al sol, le tiende una trampa con sagacidad mortal;
dándose cuenta de que el cocodrilo, adormecido en su deleite, duerme
con el hocico abierto, se mete por allí y se cuela por el largo
gaznate hasta el vientre, cuyas entrañas roe y sale al fin por el vientre
de la bestia muerta." Pero, a su vez, todos los enemigos de la
rata la acechan: ya que está en discordia con la araña y "combatiendo
muchas veces con el áspid, muere". Por medio de este juego
de la antipatía que las dispersa, a la vez que las atrae al combate,
las convierte en asesinas y las expone a su vez a la muerte, sucede
que las cosas, las bestias y todas las figuras del mundo Siguen siendo
lo que son.
La identidad de la cosa, el hecho de que puedan asemejarse a las
otras y aproximarse a ellas, pero sin engullirlas y conservando su singularidad
—es el balance continuo de la simpatía y la antipatía que
le corresponde. Explica que las cosas se crucen, se desarrollen, se
mezclen, desaparezcan, mueran y se recobren indefinidamente; en
suma, que haya un espacio (que, sin embargo, no carece de referencia
ni de repetición, de puerto de similitud) y un tiempo (que, sin
embargo, permite reaparecer indefinidamente las mismas figuras, las
mismas especies, los mismos elementos). "Por mucho que de suyo
los cuatro cuerpos (agua, aire, fuego y tierra) sean simples y tengan
sus cualidades distintas, dado que el Creador ordenó que los cuerpos
elementales estén compuestos de elementos mezclados, tal es la razón
por la que sus conveniencias y discordancias son notables, lo que se
conoce por sus cualidades. El elemento del fuego es cálido y seco;
tiene por la tanto antipatía hacia los del agua que es fría y húmeda.
16 Id., ibid., p. 72.
17 J. Cardano, De subtilitate rerum, 1552; trad. francesa, De la subtilité,
París, 1656, p. 154.
El aire es cálido y húmedo, la tierra fría es seca, es la antipatía. Para
hacerlos concordar, el aire ha sido puesto entre el fuego y el agua, el
agua entre la tierra y el aire. En tanto que el aire es cálido, avecinda
bien con el fuego y su humedad se acomoda a la del agua. De
nuevo, dado que su humedad es templada, modera el calor del fuego
y recibe ayuda de él, como por otra parte, por su calor mediocre,
entibia la frialdad húmeda del agua. La humedad del agua es calentada
por el calor del aire y alivia la fría sequedad de la tierra." 18 La
soberanía de la pareja simpatía-antipatía, el movimiento y la dispersión
que prescribe, dan lugar a todas las formas de la semejanza. De
este modo, se retoman y explican las tres primeras similitudes. Todo
el volumen del mundo, todas las vecindades de la conveniencia, todos
los ecos de la emulación, todos los encadenamientos de la analogía,
son sostenidos, mantenidos y duplicados por este espacio de la
simpatía y de la antipatía que no cesa de acercar las cosas y de
tenerlas a distancia. Por medio de este juego, el mundo permanece
idéntico; las semejanzas siguen siendo lo que son y asemejándose.
Lo mismo sigue lo mismo, encerrado en sí mismo.
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2º parte del Libro LAS PALABRAS
Y LAS COSAS de MICHEL FOUCAULT
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